LA HABANA, Cuba, junio, www.cbanet.org -Recientemente vi la detención de un mendigo. En realidad, era un indigente. Dos policías se acercaron a interrogarlo. Quizás le pidieron el carnet de identidad, y seguro que no lo tenía, porque los indigentes ya no son personas jurídicas. Pero, ¿qué había hecho? ¿Había agredido a alguien? ¿Había robado algo? Es improbable, ya que los policías ni se molestaron en registrar sus pertenencias. ¿Había traspasado una zona militar, o estaba merodeando en los cotos residenciales de la nomenklatura: Kohly, el Laguito, Siboney, o Atabey? Tampoco. Estaba en una populosa zona de El Vedado, al costado del cine Yara.
El viejo pordiosero trató de escabullirse, pero los policías lo agarraron y lo condujeron hasta una guagua vacía, que al parecer estaba cargando a su primera presa de esa noche. El hombre se reviró. Lanzó hacia afuera de la guagua algunas de sus jabas, que había logrado recolectar. Intentó agredir a los policías con las manos, pero éstos se defendieron sin esfuerzo. Entonces, comenzó a gritar y a maldecir, y el ómnibus se fue.
Nadie hizo nada. Recogí los paquetes que habían quedado sobre la acera y los puse junto a los otros, por si el viejo regresaba los hallase agrupados. Al momento, otro indigente, mucho más joven, se acercó a revisar el interior de las jabas, pero no encontró nada de su interés. Estaba buscando latas de refresco y cerveza.
¿Pero qué hizo el primero? ¿Afeaba “la estética” de la ciudad?, ¿tenía una enfermedad contagiosa? Hace meses recuerdo haber visto a un recolector de latas que estaba durmiendo en el suelo, frente al antiguo Palacio Presidencial. Era viejo, negro, y manco. Algunos turistas sacaron fotos. Se aproximó un policía, lo despertó, y lo ahuyentó del parque.
En un país ideal, la policía debiera proteger a los más débiles, y cuidar la integridad física y moral de la sociedad civil, máxime de quienes son honradas e inocentes víctimas. Debería frenar los abusos, no cometerlos. Y si hace cumplir las leyes, que la ley primera sea el derecho a la vida.
¿Por qué los policías no escoltan a un trabajador social para que lleve al viejo a un consultorio, a un hospital, a una casa de misioneros, a un comedor social, o a una oficina de estipendios? Si no ha cometido ningún crimen, ¿por qué quitarle la poca dignidad que le queda?
Aquí todos somos culpables de algo, a los ojos del gobierno. Unos de robar, otros de comprar lo robado; unos de no trabajar, otros de trabajar sin licencia; unos de proclamar verdades que son tabúes, y otros de escribirlas. Pero, ¿de qué son culpables los menesterosos, sino de haber naufragado en la vida?
En Cuba, la pobreza no es un signo de renuncia espiritual, no es un camino a la liberación; es el pantano de la sobrevida. Mahatma Gandhi llamaba “hijos de Dios” a los sudras y a los parias. Y si nuestros parias son los mendigos, indigentes y “buzos” de la calle, entonces tal vez pueda decirse que ellos son los “hijos de Dios” en esta tierra. Ahora falta por establecer de quién son hijos los policías que los maltratan.