LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -Una de las ventajas que tiene viajar fuera de Cuba es que, al tomar distancia de la realidad absurda en que vivimos, a la Isla la podemos poner en perspectiva, evaluando más objetivamente lo que queremos hacer y reorientando el rumbo.
Siempre supuse que Cuba no es importante para nadie, excepto para nosotros mismos, los cubanos. De hecho, hay incluso un número indeterminado de nacionales para los cuales Cuba ha perdido significación y resulta punto menos que una referencia geográfica, el sitio en que se ha nacido por pura fatalidad o, cuando más, una especie de recuerdo agridulce. No obstante, constatar en vivo y en directo nuestra insular insignificancia y lo minúsculo de nuestra tragedia nacional a los ojos del mundo es una experiencia impresionante, aunque también –forzoso es reconocerlo– una ganancia estratégica: sencillamente se torna obvio que “el problema Cuba” es nuestro y de nadie más, de manera que hay que ponerse la manga al codo. No hay que esperar el milagro: hay que hacerlo. La cuestión es el “cómo”, y en ese plano hemos tenido mucho de teóricos y poco de prácticos.
Se trata, sin embargo, de un empeño plural y no del esfuerzo de unos pocos. Una realidad sumamente compleja requiere de la mayor participación posible en un proceso de cambios que se ha iniciado ya a partir del reconocimiento general del fracaso del sistema sociopolítico y económico auto instaurado desde 1959. El descontento social apunta hacia la necesidad de establecer vínculos entre los sectores pro cambio activos, y los tímidos reclamos que comienzan a hacerse públicos, tanto entre trabajadores del pequeño sector privado como en colectivos laborales. Si bien algunos grupos de la oposición han avanzado en el logro de consensos entre sí, sería este el momento de comenzar a incidir en aquellos segmentos que hasta ahora han permanecido aparentemente impermeables a sus propuestas.
Las contradicciones que ofrece el panorama cubano actual dentro de la Isla son el reflejo de una realidad en la cual la estructura política trata el imposible de mantenerse inamovible, mientras pretende activar resortes que aireen y oxigenen la economía interna. En pocas palabras: el propio gobierno está reconociendo en los hechos su fracaso, pero su discurso permanece atrincherado en la vieja y estéril confrontación antiimperialista y en las eternas “batallas” que se deben librar cotidianamente para salvar una revolución que ha perdido incluso su rumbo ideológico. La diferencia es que ahora son muchos más los cubanos que prefieren ponerse a salvo de esa revolución que cuidar de ella.
Como consecuencia, se ha extendido un sentimiento general de desorientación, una impresión de improvisación fundada en los continuos experimentos gubernamentales –oficialmente etiquetados como “actualización del modelo” – y un total escepticismo social con respecto a las instituciones del gobierno. A la vez, se mantiene la demonización del capitalismo, aunque raras veces se menciona la palabra socialismo y menos aún se hace referencia alguna al marxismo. La ideología se difumina entre la élite de gobierno cada vez más capitalizada y entre la población cada vez más desposeída.
Las sombras de las más temibles pesadillas del “sistema capitalista” –desempleo, propiedad privada, desigualdades sociales, inseguridad, miseria– contra las que fuimos alertados desde la cuna cuando nos adoctrinaban en las bondades y superioridad de nuestro destino, se han entronizado entre nosotros y forman parte ya de nuestro cotidiana vida. Y el paquete viene sin las ventajas de aquel deshumanizado sistema: no hay prensa libre, ni economía de mercado, ni libertades, ni la menor oportunidad de prosperar en base al talento y al esfuerzo individual debido a las trabas del “modelo”.
Un viejo filósofo de esquina de esos que tanto abundan en Cuba, me comentaba por estos días que lo que no acababa de entender es cómo vamos a conseguir salvar el socialismo volviéndonos cada vez más capitalistas. Solo que capitalistas sin capital, concluía.
Cada vez se hace más evidente el abismo entre gobierno y gobernados, pero tampoco se cierra el cisma entre el amplio diapasón de damnificados del experimento castrista, a saber, la disidencia y los grupos de la sociedad civil independiente, por un lado, y la población inconforme pero indecisa, por el otro. Sin embargo, ahora mismo parece haber mayor coincidencia de intereses entre los sectores de oposición y la generalidad de los cubanos que entre éstos últimos y el gobierno. La línea divisoria más nítida es la que separa a los que detentan el poder de los desposeídos.
Por estos días, cuando se supo que el Congreso de la CTC había sido pospuesto para el año próximo, me han llegado informaciones acerca de los reclamos de los trabajadores de algunos centros estatales, los cuales han planteado lisa y llanamente la necesidad de aumentos salariales significativos como primer punto a tratar en la agenda de la magna cita sindical. De hecho, muchos han declarado que la agenda a discutir debe surgir de los colectivos laborales y no, como es aquí habitual, de una propuesta de las máximas instancias de la organización sindical.
Ciertos núcleos del PCC se están convirtiendo también en escenarios incómodos para las autoridades al cuestionarse decisiones y métodos del gobierno. Hay quienes han llegado a plantear que la democratización del partido, propuesta por el General-Presidente en el VI Congreso, tiene que salir de la militancia de base, “de las masas”, y no de la élite del poder, y han criticado la lenta marcha de la implementación de los lineamientos y lo magro de sus efectos hasta este momento. Ciertamente, predomina un marcado desbalance entre las expectativas creadas y los resultados obtenidos.
A simple vista, estas premisas parecieran no significar nada, pero lo cierto es que ese incipiente despertar de sectores tradicionalmente oficialistas y aquiescentes es otra fuerza que se suma a la creciente inconformidad social. Un escenario interesante y quizás fértil para promover reclamos más radicales y profundos.
Fabricar el milagro parece cada vez menos utopía, porque cambiar la situación de Cuba va dejando de ser una opción para convertirse en imperativo. Una realidad que, de no ser así entendida, podría derivar en pérdida para todos. En especial para los que más tienen.