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Hatuey y Guamá son los padres de la disidencia

LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -El pasado lunes 8 de abril fue publicado en Cubanet un artículo del colega Jorge Olivera Castillo (Equilibrar la balanza), tan sorprendente como lamentable. Un compañero de ruta que ha probado su valor y entereza en la lucha contra la dictadura y que ha compartido espacios con numerosos miembros de la blogósfera independiente cubana debería ser más serio y cuidadoso al expresarse.

Quizás Olivera haya tenido un mal momento y alguna vez comprenda que los infundios y criterios velados no sustituyen las opiniones y los argumentos, pero tampoco creo sano callar ante lo que considero cuando menos injusto e inexacto, por así llamarlo. Soy bloguera y antes ya era periodista independiente, por eso me siento aludida en su artículo y hago pública mi inconformidad.

El optimismo no debe ser confundido con “triunfalismo”, como denomina el colega Olivera a la expectativa desatada por la actividad bloguera desde hace más de cinco años, y también resulta desafortunada su pregunta acerca de “cuál podría ser la incidencia (de los blogs) dentro de las fronteras nacionales, si la gran mayoría de los cubanos no tiene computadora, ni posibilidades de conectarse a internet”.

Doblemente desafortunada dicha observación porque, en primer lugar, si bien la mayoría de los cubanos no tenemos libre acceso a Internet y eso obstaculiza una completa difusión de nuestros trabajos, tampoco veo que ningún otro sector disidente tenga mejores posibilidades de dar a conocer sus propuestas de manera rápida y efectiva. En segundo lugar, porque un significativo número de blogueros hemos sido la voz de muchos cubanos, lo que ha demostrado su utilidad a la hora de denunciar los atropellos y de movilizar la solidaridad para todos los reprimidos, incluidos los presos políticos, y muy especialmente los prisioneros de la Primavera Negra.

Olivera se pregunta “cuántos cubanos estarían en capacidad de convertirse en twitteros, si cada envío cuesta poco más de un dólar, en un país donde el salario promedio es de alrededor de 20 dólares al mes”, y yo le preguntaría cuántos cree él que estarían dispuestos a marchar por las calles, siguiendo a los líderes opositores, en reclamo de derechos o contra los desmanes del gobierno. Le preguntaría también por qué no son tuiteros todos aquellos opositores cuyos teléfonos móviles son regularmente recargados por amigos solidarios desde el exterior de Cuba, y qué impide que un periodista independiente abra su propia bitácora, una cuenta en twitter y acreciente su voz y la de otros en la medida en que esté dispuesto a hacerlo.

Posiblemente la ignorancia de las complejidades del fenómeno blogger sigue produciendo algunos temores ante la sensación de que se trata de una casta de privilegiados. Muchos desconocen que mantener un blog desde Cuba ha sido para nosotros una fuente de gasto y no de ingresos: no cobramos por publicar nuestras ideas en un blog; en cambio, hemos tenido que gastar dinero propio en tarjetas para conectarnos desde los espacios públicos de la ciudad y en lo posible mantener actualizados nuestros sitios personales. Nuestro esfuerzo despertó la simpatía y el apoyo de numerosos amigos que comenzaron a regalarnos tarjetas, ayudó a abrirnos muchas puertas y hasta aparecieron quienes se entrenaron para subir nuestros post cuando no podíamos hacerlo nosotros mismos. Curiosamente, antes de que la famosa bloguera Yoani Sánchez obtuviera su primer premio, el Ortega y Gasset, a nadie parecía molestarle que hubiese al menos cinco blogs independientes activos dentro de Cuba, ni preocuparle cómo nos las arreglábamos para publicar regularmente en nuestra plataforma web. De hecho, casi nadie acá dentro sabía qué era un blog y todavía hay quienes desconocen por completo el uso de esa herramienta y quizás por eso prefieren difamarla que aprender a utilizarla.

Otro error es considerar que la blogósfera independiente constituye “la culminación de un proceso que abarca más de tres décadas de esfuerzos sostenidos por parte de centenares de activistas pro derechos humanos, opositores políticos, bibliotecarios y periodistas independientes…”, no solo porque todo proceso social o político es heredero de la acumulación de múltiples experiencias anteriores y factores coyunturales, sino también porque el fenómeno blogger no marca una culminación propiamente dicha, sino que porta un dinamismo propio, apenas una fase que necesariamente seguirá transformándose en la evolución de la lucha cívica contra el régimen.

De hecho, varios blogueros venían desarrollando desde antes una intensa actividad disidente, ya fuera como periodistas independientes (como son los casos de Yoani Sánchez, Reinaldo Escobar, Dimas Castellanos y la propia escribidora de este artículo, entre otros), o como editores de la primera revista digital escrita, editada y dirigida desde la Isla, la cual –por cierto– no pagaba por las colaboraciones porque carecía absolutamente de fondos o de financiamiento alguno, razón por la cual muchos periodistas independientes que hoy atacan a los blogueros se rehusaban a colaborar en ella.

No se trata, pues, de que “los blogueros llegaron a la disidencia”, sino exactamente al revés: muchos disidentes –algunos hasta entonces desconocidos– se hicieron blogueros.

Por supuesto, todo tiene antecedentes –aunque no necesariamente los que señala el colega Olivera–, pero el punto neurálgico estriba en entender quién se considera suficientemente calificado o autorizado para acotar los márgenes históricos y las inferencias e influencias de cada fenómeno. A ese tenor, habría que reconocer a los indios Hatuey y Guamá como los padres de la actual disidencia interna cubana, que a fin de cuentas fueron “los primeros” en insubordinarse… Hace falta un poco de contención, ¿no creen?

De entre los blogueros que ahora son motivo de tantos quebrantos, –y por lo visto no solo para las autoridades–, se encuentran algunos que incluso habían pertenecido desde antes a partidos de oposición. No se trata tan solo de “nuevas generaciones” de disidentes. Aprovecho aquí para hacer una acotación oportuna: no existe un pedigrí disidente que otorgue méritos especiales a quienes hayan estado presos o hayan “llegado antes”, tal como se aplica por el gobierno en dependencia de si alguien vino o no en el Granma, estuvo o no en la Sierra Maestra, etc.

Hasta donde conozco, ningún opositor ha sido encarcelado por voluntad propia sino por la arbitrariedad y el signo represivo de un gobierno al que combatimos todos y que se atribuye la prerrogativa de seleccionar a quiénes, cómo y cuándo aplicarlo, sin que nadie –antes, ahora o después– pueda considerarse una suerte de elegido o magister supremo por ello. Por mi parte, no aspiro a un “mérito” que ni siquiera depende de mi desempeño político, sino de las jugarretas siniestras de los Castro. La meta es alcanzar la democracia, no los calabozos.

El alarmismo que rezuma el referido artículo de Olivera parece derivarse más  de una mezcla de animosidad y frustración que de alguna preocupación sincera, cuando se refiere a un supuesto “sobredimensionamiento” en cuanto al uso de Internet como herramienta anti-dictatorial, o cuando –cayendo en el extremo opuesto, la subvaloración de este tipo de activismo– desliza la frase “que la cuestión principal radica en influir en intramuros y esa probabilidad está lejos de concretarse mediante el uso de la red de redes”.

Con todo respeto, resulta más hilarante que ofensivo, pero es preciso ser realistas: la existencia de los blogs no niega la trayectoria opositora de nadie ni los blogueros hemos considerado que el simple uso de la Internet constituya una especie de arma secreta suficiente para influir por sí misma en la conciencia colectiva al interior de Cuba. Sin embargo, sí me atrevería a afirmar que, al ser capaz de crear redes de solidaridad, corrientes de información underground y establecer puentes entre las diferentes formas y “entidades políticas y civilistas”, como las llama el colega Olivera, la blogósfera ha demostrado amplia capacidad y eficacia. No por gusto han surgido incluso programas especiales dedicados a la actividad bloguera y tuitera en la radio cubana en el exterior, que encuentran un gran número de radioescuchas al interior de Cuba. Quizás el periodista debió informarse previamente con las decenas de tuiteros de toda nuestra geografía cuya mejor arma de denuncia y de defensa personal ha sido justamente un teléfono celular con una cuenta en Twitter.

Creo firmemente que si Olivera ha escuchado “rumores que podrían ser el germen de lamentables rupturas en un futuro mediato”, debió detenerlos. Los rumores solo prosperan cuando hay oídos receptivos y personas dispuestas a reproducirlos. Seguramente por eso nadie viene a “rumorear” nada conmigo. Yo no permitiría que alguien hablara mal del esfuerzo de mis compañeros de ruta, ya sea de periodistas, figuras de los partidos de oposición, bibliotecarios, blogueros o tuiteros. De cualquier forma, las “razones” para un chanchullo nunca son tan “obvias”, como pretende el colega; simplemente los enredos no son racionales, sino emocionales, y en todos los casos, contraproducentes.

Podríamos extendernos en un debate que, lejos de dañino, resultaría útil para acabar de desterrar tanto resabio, pero quizás lo mejor sea convocar a los “preocupados” a una discusión de frente, sin “rumores”. Baste recordar al colega y a quienes no se hayan enterado todavía, que desde su surgimiento hasta la fecha la blogósfera no solo se ha consolidado, sino que hay dentro de ella personas lo suficientemente generosas como para compartir gratuitamente sus conocimientos y multiplicarlos en una comunidad que hace crecer la voz de numerosos sectores de cubanos de todos los pensamientos y tendencias, formando así a muchos que son ahora capaces de difundir todo un espectro de opinión e informaciones que de otra manera no se podría lograr en tan corto tiempo.

En lo personal, jamás se me ocurriría poner en una “balanza” el trabajo de ningún grupo disidente ni de ningún hermano contestatario: todo esfuerzo de los cubanos de cualquier orilla y posición por alcanzar la democracia para Cuba me parece invaluable. Sería en verdad más productivo que no nos preocupásemos tanto por la visibilidad o los premios que reciban nuestros colegas; alegrémonos juntos por los éxitos, que sin dudas han merecido, y encarguémonos, eso sí, de equilibrar las bajas pasiones.