LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – Ernesto quiere hacer feliz a su esposa el 14 de febrero. Quisiera tener dinero para comprarle un regalo. Pero mi amigo tiene un serio problema: trabajaba como camillero en el hospital Calixto García, y acaba de ser cesanteado.
Ahora mantiene una lucha interna sobre si compra o no un regalo para su amada. Sabe que no puede darse el lujo de tirar por la ventana lo poco que tiene. Luz María, su mujer, también enfrenta el mismo dilema.
Luz María y Ernesto, dos jóvenes casados hace dos años, pasan por un momento crítico: ambos han sido cesanteados, o “reordenados”, que suena mejor, pero es igual. Quieren celebrar el día de San Valentín, pero todo indica que, con su situación, tendrán que quedarse tranquilitos, en casa y sin regalos.
En la mayoría de los lugares a los que quisieran ir ese día tendrían que pagar en moneda convertible. Los peores, donde podrían pagar en moneda nacional, también tienen precios astronómicos. Pensaron rentar una habitación por un día en una casa, para tener una noche de amor y privacidad, ya que viven hacinados con toda la familia en casa de la madre de Luz, pero ni pensarlo. Tres horas de alquiler cuestan 5 CUC, y un día completo de amor, 40. Mil pesos en moneda nacional por una noche de privacidad; algo que no ganaban los dos juntos en un mes, cuando tenían trabajo.
Un amigo les aconsejó que se regalaran postales con versos de amor, de esas que que venden los cuentapropistas. Las postales valen 10 pesos cubanos y parece ser lo único al alcance de sus bolsillos. Desanimado, Ernesto me confesó: “A partir de ahora tendré que regalarle un postalita todos los años. Sé que es hermoso y espiritual, pero me gustaría poder comprarle algo mejor, para hacerla feliz”.
Sin esperanzas aquí, Ernesto y Luz sueñan con irse a otra parte, donde puedan vivir una vida diferente y, al menos intercambiarse regalitos decentes el día de los enamorados. Ante la falta de alternativas para escapar juntos, se les ha ocurrido la radical idea de divorciarse y casarse ambos con extranjeros, que los lleven a otras tierras, para reunirse fuera de Cuba. Aunque la familia los critica, y a pesar de las dificultades para entrar a internet, han logrado inscribirse en varios sitios digitales para buscar pareja.
“Lo único que quiero es trabajar y ganar dinero para darle a mi mujer lo que se merece, aunque para lograrlo tenga que compartirla con otro hombre” –me dijo Ernesto cuando le expliqué que me parecía muy drástica la decisión que tomaron.
Después de tantos años de miseria comunista, sin esperanza de cambios, la mayoría de los jóvenes cubanos sólo sueña con huir a donde puedan ser un poco felices y tener una vida normal. Los jóvenes parecen pensar: Mientras no se vayan ellos, “los viejitos”, tendremos que irnos nosotros.