LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 – El periodista José Fornaris, recuerda que, hace 29 años, el 9 de diciembre de 1981, la víspera del día mundial de los Derechos Humanos, agentes de la Policía Política orquestaron lo que catalogó como “un circo” para incriminarlo por el “delito” de haber puesto una bandera americana en el edificio donde vivía, en el Vedado, a un costado del Hotel Riviera.
Por esa época se encontraba sin empleo por haberse negado a asistir a una movilización militar, por lo que estuvo varios días detenido. Tampoco aceptó participar en la guerra de Cuba en Angola.
Fornaris me cuenta:
Ese día, temprano en la mañana un oficial de la Policía Nacional Revolucionaria, tocó a la puerta de mi apartamento y me pidió que lo acompañara, que después me explicaría.
Estábamos en el décimo piso y al bajar al lobby del edificio, encontré muchas personas, y cerca de 20 oficiales de la Seguridad del Estado vestidos de verde oliva y de civil.
Observé que en la acera, casi a la entrada del edificio, había en el piso una bandera estadounidense sujetada por piedras en sus esquinas. Le faltaba una estrella y tenía escrita en sus franjas blancas la frase: La estrella que le falta a esta bandera te la entregaré en libertad.
Le pregunté al policía qué debía hacer; me respondió que me quedara ahí, donde quisiera. Me paré junto los escalones que daban acceso al lobby. Minutos después trajeron un perro pastor alemán, rastreador, lo llevaron junto a la bandera y luego lo soltaron.
El perro lo que hizo fue perseguir a una perrita, que todos los vecinos llamaban Sorpresa, la cual había establecido su residencia en el vestíbulo del edificio. La perrita, huyendo del pastor alemán, pasó por encima de la bandera y, como me conocía bien, fue a refugiarse entre mis piernas. En ese momento, el perro no me hizo ningún caso.
Sacaron de la escena a la perrita y nuevamente llevaron al rastreador a olfatear la bandera. Cuando lo soltaron fue directo hacia donde yo estaba, mordió una de las patas de mi pantalón, rompiéndola; llegó a rasgarme la piel. Perdí el equilibrio y me hizo rodar escalones abajo.”
Comencé a golpear con la palma de su mano la acera mientras decía en voz alta: “Quítenme a este animal de encima, que yo no tengo nada que ver con esto”. En ese momento un oficial de la seguridad del estado se inclinó hacia mí y me dijo: “No formes espectáculos. Si no dices que pusiste la bandera, te tiro el perro arriba para que te destroce.”
Detenido, me condujeron a una oficina en los bajos del vecino Hotel Rivera, para hacerme pruebas caligráficas. Poco después un oficial de completo uniforme me mostró unos papeles manuscritos, de notas que yo había tomado para mi trabajo en la radio.
Le pregunté si habían registrado mi casa, me respondió que no, que esos no eran sus métodos. Que esos papales se los había dado mi esposa.
Me liberaron después de varias horas de detención y, al llegar a mi casa, comprobé que habían invadido mi domicilio sin una orden judicial y habían puesto a mis pequeños hijos a buscar presuntas pruebas contra mí.
Un tiempo después en respuesta a una carta de protesta que escribí al entonces Ministro del Interior, Ramiro Valdés, fui citado para Villa Maristas, el cuartel general de la Seguridad del Estado, donde dos capitanes trataron de justificar lo ocurrido. Inclusive negando que se había realizado el registro. Los de Seguridad del Estado, generalmente son gente cruel y sin ética. ¿De qué otra forma se puede estar al servicio de una tiranía?
Aunque no fue esa la única vez que la Policía Política me ha amenazado de muerte, nunca puedo olvidar ese día.
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