LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -El pasado año 2011 la revista El caimán barbudo arribó a su cuarenta y cinco aniversario, y en homenaje a la efeméride se organizó un concurso de ensayos titulado “45 años con el Caimán Barbudo”, el cual fue ganado, curiosamente, por el poeta y profesor universitario Guillermo Rodríguez Rivera. Y digo “curiosamente” porque Rodríguez Rivera debe de ser considerado como alguien de la propia familia, ya que estuvo entre los jóvenes escritores que fundaron la publicación en 1966, y poco después pasó a ser su jefe de redacción.
En uno de los más recientes números de El caimán fue publicado el ensayo premiado, titulado “La juventud de un caimán”. En vez de un ensayo, el texto clasifica como un testimonio acerca de aquellos años iniciales de la publicación, y tal parece como si el autor aprovechara también la oportunidad para “limpiar” su propia imagen. Por lo demás, la obra carece de la profundidad conceptual y el calibre de la prosa que caracterizan a este género literario.
Rodríguez Rivera afirma que El caimán barbudo fue continuadora de las buenas revistas literarias que hubo en la isla en esa centuria, y que aparecieron, más o menos, a intervalos de quince años. La serie habría comenzado con Cuba Contemporánea en 1913, y finalizado con Lunes de Revolución en 1959, la predecesora inmediata de El caimán. En realidad, y a pesar de que ya en 1966 el máximo líder había fijado las fronteras que no se podían traspasar en la creación artística, esta revista de los jóvenes intelectuales cubanos actuó en esa segunda mitad de los años sesenta con cierto espíritu liberal dentro de la teoría marxista, pues aún Cuba no se había adscripto a la ortodoxia de los manuales soviéticos. Y, en ese marco, afloraron también algunas “rebeldías” de los jóvenes caimaneros.
El autor de “La juventud de un caimán”, después de negar que la publicación presentase tintes homofóbicos en aquella época— dijo que la no publicación de autores gay fue culpa del Comité Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas, y no de la revista—, y de criticar a algunos funcionarios que dirigieron posteriormente la revista, pasó al punto que, al parecer, era su mayor preocupación: aclarar una actuación suya en torno al inicio del famoso “caso Padilla”.
Por esos años, dos novelas de escritores cubanos: Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante, y Pasión de Urbino, de Lisandro Otero, centraban la atención de la crítica nacional. El poeta Heberto Padilla emitió un juicio muy adverso acerca de la novela de Otero, y por el contrario alabó la obra de Cabrera Infante, que ya había marchado al exilio por discrepar con el gobierno cubano. En ese momento, el entonces joven Guillermo Rodríguez Rivera apoyó la publicación de los criterios de Padilla en El caimán barbudo bajo el precepto de que “no se podía censurar a un poeta”. Sin embargo, cuarenta y cinco años después, el ya maduro Rodríguez Rivera se arrepiente de esa determinación, y declara que hoy su actuación hubiese sido diferente, ya que según él, “Padilla había transformado el juicio literario sobre Pasión de Urbino en un enjuiciamiento de la personalidad de Lisandro Otero”. Como se sabe, Otero siempre fue un defensor de la cultura oficialista.
Son frecuentes los casos de escritores y artistas de la Cuba castrista que permutan la rebeldía de la juventud por la docilidad de la madurez, con lo cual, muchas veces, terminan asidos al aparato de poder. En este caso, lo más lamentable fue que el jurado del concurso “45 años con el Caimán Barbudo” descartara otras obras para otorgarle el premio a un ensayo carente de valores literarios. Total, la retractación de Guillermo Rodríguez Rivera pudo aparecer en una entrevista u otro artículo de la propia publicación.