LA HABANA, Cuba, septiembre (173.203.82.38) – De niño su madre lo llevaba al Estadio Latinoamericano, para que viera jugar a los grandes. Después del colegio, a entrenar en la Ciudad Deportiva; así se convirtió en una joya del béisbol.
Vistió varias veces el uniforme del equipo Cuba en las categorías infantil y juvenil, pero cuando llegó al equipo Industriales la madre se casó con uno de los técnicos, que era apostador y comenzó a manipularlo.
La primera vez, fue porque el pelotero quería casarse y no tenía un centavo. Estaban casi al final de la campaña y el era el líder en bateo, empatado con Pacheco y Linares. Jugaban contra Pinar de Río. Su equipo tenía hombres en tercera y segunda perdiendo por una en el noveno, con dos outs en la pizarra. Sabía que con un batazo traería para el home las carreras del empate y la victoria y ahí mismo terminaría el juego. Pero el padrastro lo llamó desde el banco y le dijo al oído que ganaría mil pesos si se ponchaba. Era mucho más de lo que ganaba como pelotero.
Le dolió en el alma perder la corona de bateo, pero pudo hacer una boda por todo lo alto. Por dinero continuó ponchándose de vez en cuando, o corriendo sin ánimo las bases para que lo sacaran out, o dejando caer pelotas que decidían partidos. Se retiró joven, sin penas ni glorias.
Fue escogido para prestar colaboración en Venezuela. Durante tres años entrenó y dirigió un equipo de un estado del sur que, bajo su mando, ascendió a la primera división y casi gana un campeonato.
Un día descubrió la liga profesional de veteranos, que pagaba a los jugadores, y concedía estímulos para quien decidiera un juego, o resultara líder en algún departamento. Ayudado por un amigo caraqueño, integró uno de los equipos, donde brilló un año en el campo corto, atrapando pelotas y conectando jonrones. Finalizó líder en fildeo y en carreras impulsadas.
Al concluir la misión le entregaron un diploma de reconocimiento por su ayuda internacionalista. Amigos y vecinos del pueblo le organizaron una fiesta de recibimiento. De Venezuela trajo lo necesario para amueblar la casa, ropa y zapatos para toda la familia. El dinero que ganó como profesional lo dilapidó apostando en los juegos de la serie nacional y en borracheras interminables, donde contaba con nostalgia sus hazañas en las grandes ligas.