LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – Hace unos días conocí en el municipio Marianao a una mujer cristiana que vive en la extrema pobreza. Pasé a dejarle un artículo publicado hace poco en Internet, que habla de ella. La encontré ocupada en sus labores domésticas. Limpiaba el piso con una frazada vieja y, como cubo, utilizaba una cazuela.
No había agua desde hacía dos días en el apartamento, situado en 21 entre 96 y 98, lugar céntrico de la capital. Los pomos plásticos donde almacena el líquido para tener cuando falta el suministro estaban vacíos; sólo quedaba uno lleno hasta la mitad y, antes de saludarme, se lavó las manos con un pedacito de jabón que apenas hacía espuma.
Lucía avejentada, posiblemente debido a la mala alimentación y las preocupaciones. Se notaba que su pelo canoso no veía champú, suavizador, ni tinte desde hacía mucho tiempo. Vestía ropas viejas, donadas por la iglesia. Su único vestido lo guarda para ir al culto, a los ayunos, a las adoraciones y a las alabanzas a Dios.
Su apartamento lo compone un baño (que cerró en cuanto llegué), una cama sin tender y un fogón tiznado. Se disculpó por haberla encontrado tan descompuesta. Dijo que estaba pasando pruebas que el Señor le ponía en el camino. Pero en el nombre de Jesús saldría adelante.
Le entregué el artículo y cuando lo leyó se tuvo lástima. Dijo que la principal razón de sus desgracias era no querer apartarse de los caminos de Cristo.
-Son prueba que Él me pone -dijo-. Puedes añadir al escrito que la policía acaba de ponerme una multa de doscientos pesos por vender dulces en la calle y no sé cómo voy a pagarla. Estoy esperando a un amigo para que me haga un préstamo, pero al parecer no va a llegar.
Me preguntó si pertenecía a “los derechos humanos”. Y me advirtió que a Dios no le agradaba eso.
Oró por mí, porque entrara en los caminos del Señor. y me dedicara a otra cosa. Por ejemplo, que me pusiera a vender dulces. Pero me recomendó que primero sacara licencia.