LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -Días atrás, un colega, periodista de una radioemisora fuera de la Isla, me interrogó sobre la reacción de la población cubana acerca del envío de 4 mil médicos a Brasil en virtud del convenio firmado entre los gobiernos de ese país y de Cuba. Quería saber qué opinión circulaba por las calles de La Habana a raíz del anuncio oficial de la llegada de los primeros 400 galenos a esa nación en días pasados, y tuve la clara impresión de que mi respuesta lo desilusionó: “Nada. Los cubanos en la calle no dicen absolutamente nada del asunto”.
Por sorprendente que pueda parecer a algunos, lo cierto es que la subcontratación de profesionales y otros trabajadores cubanos, Castros y cómplices extranjeros mediante, se ha venido instaurando como norma entre nosotros y hace tiempo no constituye noticia. Más aún, la mayoría de los “cooperantes” por cuyos servicios años atrás hubiesen sido definidos como “internacionalistas”, no solo pertenecen a un sector que se disputa el derecho a vender su trabajo por un salario que abochornaría a cualquier otro habitante del planeta de igual profesión, sino que muchos se sienten afortunados por ello.
Esto es perfectamente comprensible si se tienen en cuenta los bajos salarios y las difíciles condiciones de trabajo de los profesionales de la salud (y otros) en la Isla, lo que convierte estos contratos en el exterior en una oportunidad de ganar varias veces el monto de un salario en Cuba, acumular alguna cantidad de dinero convertible al término del mismo, importar equipos electrodomésticos y otros productos a los que acceden en esos países por precios ventajosos con relación a los mercados de la Isla, e incluso la posibilidad de emigrar definitivamente, como ha estado ocurriendo en estos años de programas y “misiones” solidarias.
En el caso de los médicos, lo que destaca es su elevado número con relación a otros profesionales no menos explotados, como los entrenadores deportivos, los profesores y los marinos de la desaparecida flota mercante cubana, entre otros. Estos últimos, por ejemplo, son contratados por compañías navieras extranjeras a través de la bolsa empleadora estatal Selecmar, sita en el reparto Kholy, que se apropia la mayor parte de los contratos mientras los marinos-esclavos perciben entre la cuarta y la quinta parte.
Podría agregarse entre la dotación esclava que reporta beneficios en divisas a los amos de la plantación, todo el personal que labora subcontratado en numerosos hoteles y empresas de capital mixto y en las embajadas, para mencionar solo los más conocidos.
La esclavitud de los cubanos bajo el régimen que agoniza sin acabar de fenecer, lejos de terminar, se ha diversificado y florecido en las más disímiles formas en los últimos tiempos. Sin embargo, en el caso de los médicos se torna más sensible por cuanto se han afectado notablemente los servicios de salud a la población, entre otras causas por el constante desvío de los profesionales hacia programas más relacionados con los intereses económicos y los compromisos políticos del régimen que con la vocación solidaria que se pregona.
En los últimos años, la llegada de epidemias relacionadas con los programas suscritos por las autoridades cubanas a la sombra del ALBA, como el dengue, y más recientemente el cólera –reportado éste meses atrás en la prensa oficial como “brote de infección intestinal diarreica aguda” y poco después “controlado”, según los mismos medios–, sugiere la conveniencia de reforzar el sistema médico nacional, particularmente la asistencia primaria, limitando la contratación masiva de galenos en otros países. No obstante, las autoridades continúan exportando médicos y debilitando el servicio al interior de Cuba, sentando con ellos las bases para una potencial crisis de salud de consecuencias impredecibles.
Con los 4 mil médicos cubanos ahora contratados por el gobierno de Brasil, suman alrededor de 40 mil los profesionales de la salud que estarán ausentes del país en una coyuntura crítica. Su ausencia amplia la brecha en la atención médica a los cubanos, pero engrosa las arcas del gobierno al proporcionarle mayores ingresos que la industria turística o cualquier otro renglón económico, motivo más que suficiente para que la prensa oficial y las instituciones responsables informaran tan parcamente sobre la crisis epidemiológica, luego de que la Organización Panamericana de la Salud alertara sobre la presencia de la peligrosa enfermedad en Cuba.
Ese silencio conspira a su vez contra la percepción de riesgo que debería asumir la población y se traduce en la indiferencia de la opinión pública con relación a la constante salida de médicos por los mencionados contratos. No existe una conciencia colectiva sobre la amenaza de una epidemia: lo que se ignora no preocupa, ni ocupa.
Hasta ahora se mantiene el mutismo oficial. En definitiva, los hacendados de verde olivo viven bien separados de los barracones y tampoco sería novedad que los esclavos mueran de cólera.