LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Ser una escritora cubana y no fracasar en el intento lo determinan las autoridades del país. La supuesta liberación del camino que conduce de la cama a la cocina, la obligó a vestir de miliciana, participar en actos de reafirmación y cumplir las orientaciones revolucionarias. Aunque ahora pueden escribir sobre la homosexualidad, el erotismo, la prostitución, la droga y la violencia familiar desde una visión femenina, no pueden pasar de los límites establecidos.
Si bien abordan temas como el incesto, la pedofilia, el derecho a la emancipación, la mayoría no ha logrado abandonar o compartir las obligaciones domésticas. Quienes traspasen en sus textos el umbral de lo correctamente político, no conocerán el interior de las editoriales, ni se podrán leer en las páginas de cualquier revista literaria.
Esto sucede a pesar de que la crítica y directora del Programa de Estudios de la Mujer de Casa de las Américas, Luisa Campuzano, asegura que la osadía de nuestras escritoras desafía gobiernos, transgrede prejuicios y subvierte cánones.
Si desde el siglo XVIII hasta el triunfo de la revolución los actos discriminatorios contra la mujer los determinaba el género, ahora se incluyen las lealtades políticas. La diferencia está en las medidas que se toman y en los mecanismos que se emplean para desacreditar a las escritoras que renieguen la herencia de una cultura patriarcal.
Memorial, dirigido a Carlos III por las señoras de La Habana, atribuido a Beatriz de Jústiz y Zayas (1733-1803), considerada la primera escritora cubana, constituye un ejemplo. Por calificar de cobardes a los españoles que huyeron ante el arribo de los ingleses, en 1762, le dedicaron unas coplas de autor anónimo. Una de ellas decía: Las muchachas de La Habana / no tienen temor de Dios, / y se van con los ingleses / en los bocoyes de arroz.
Además, trataron de ridiculizarla denominándola poetisa, latina, crítica, engreída, dama-musa; en fin: mujer de letras, pero nada más.
Con igual tufillo discriminatorio, José Martí, al comparar a las poetisas Gertrudis Gómez de Avellaneda con Luisa Pérez de Zambrana, expresó: “Hay un hombre altivo, a veces fiero, en la poesía de la Avellaneda; hay en todos los versos de Luisa un alma clara de mujer”.
Aunque ha pasado mucho tiempo desde entonces, el problema de la discriminación por género todavía es una realidad en Cuba.
El despegue de la literatura escrita por mujeres dentro de la revolución, iniciado por Marilyn Bobes con el libro de relatos Alguien tiene que llorar (Premio Casa de las Américas 1995), fue como una reafirmación.
En esos años, por la osadía de desafiar al gobierno, encarcelaron a María Elena Cruz Varela, luego de hacerle tragar sus poemas. También la periodista y poetisa Tania Díaz Castro fue a prisión y vetaron sus libros.
Muchas escritoras cubanas, como las estatuas de sal recogidas en la antología homónima de relatos femeninos, aún sueñan con espacios que les son escamoteados por su condición de mujer.