LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -El cubano ha perfeccionado la estafa, ya no sólo como medio de sobrevida, sino como hábito de su cotidianidad. Lo corroboran varios hechos ocurridos recientemente en La Habana. Los afectados no acudieron a la policía porque también estaban inmersos en delitos. Los sucesos quedaron solo para enriquecer el imaginario popular.
Uno fue la estafa realizada por dos mujeres del barrio Romerillo a un hombre, en la calle Infanta, que se dedicaba a comprar dólares de manera clandestina. La autora intelectual del timo, a la que apodan Empella, confesó que ese día estaba al borde del suicidio, por la vida desgraciada que lleva, agobiada de deudas.
Dijo que jamás había pensado cometer un delito, pero, estando de visita en casa de su abuela, vio pegado en la pared, como adorno, un billete de cien dólares que parecía original. El billete la tentó. Se lo pidió a la abuela para efectuar un fraude y, a cambio, le prometió darle una parte, si lograba salir airosa.
Cuenta Empella que se vistió con sus mejores ropas, se enmascaró tras unas gafas de sol, y se fue a la parada del ómnibus, a suerte y verdad. Allí se encontró con su amiga Cuca, otra reventada social que andaba en las mismas, y que se entusiasmó con el billete falso y la posibilidad de buscarse en una hora lo que se ganaba en meses de trabajo. Cuca le pidió a Empella que la dejara hacerle la pala en la estafa. Conocía en Infanta a un comprador de dólares que resultaba perfecto para pasarle gato por liebre.
El plan que trazaron fue sencillo: Empella se haría pasar por una extranjera, y Cuca se encargaría del resto. Todo salió cómo lo planearon. Encontraron al comprador de dólares apostado en un zaguán, Cuca dijo que Empella era una turista que no hablaba español y quería cambiar cien dólares, pero veía muchos policías en torno a una iglesia tomada por fanáticos, y tenía miedo.
El hombre las condujo dentro del zaguán. Observó el billete a trasluz, y dijo que era bueno. Pagó los noventa cuc, según el cambio oficial, y Empella se marchó por la calle Infanta, mientras Cuca tomaba Carlos III, para reunirse luego en el parque Trillo. Empella le dio lo convenido a Cuca, veinte cuc, y acordaron decirle a la abuela que el billete lo habían perdido en la calle Monte, cuando tuvieron que salir corriendo, al descubrirse que era falso.
Otra estafa de sobrevida ocurrió en el barrio habanero La Lisa recientemente, justo en la calle 8, que bordea el río Quibú y constituye una zona prodiga en delitos. Dos amigos llegaron a casa de un tercero y lo despertaron, a media noche, para darle la noticia de que habían salido los números que jugó, en candado, esa tarde en la bolita. “Eres rico -le dijeron-, hay que celebrarlo”.
Con el dinero que el hombre tenía guardado, compraron una caja de cervezas y dos botellas de ron, y comenzaron a festejar por anticipado. Lo embullaron a matar el puerco que criaba en el patio, porque, le dijeron, con el dinero del premio podría comprarse otro puerco más grande. Frieron carne y bebieron hasta que amaneció, cuando los timadores se marcharon.
Entonces el hombre fue a casa del banquero, a cobrar el premio, y recibió un chasco. Contó la historia de la rumbantela anticipada y cómo sus amigos andaban ahora evaporados. Y todo el que escuchó la historia le dijo lo mismo que lo habían: “estafado a la cara”.