LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – Danny Guerra recuerda su época de estudiante en pleno periodo especial, cuando iba a clases con su zapatos colegiales y su pesada maleta de madera, mientras otros llevaban mochilas y tenis extranjeros. “Costaban 7 dólares en la diplotienda, una fortuna para mi madre” –dice.
“Lo último de la moda era usar camiseta debajo de la camisa; yo no podía. Me sentía inferior y rechazado. Aunque me destacara en el trabajo en el campo, o fuera el mejor estudiante, siempre sería una comemierda, era el último para todo, nadie me veía”.
Danny, en su adolescencia, sintió que en la escuela lo despreciaban por ser pobre y negro.
“Terminé rechazando los estudios. Mis pocos momentos de felicidad llegaban cuando podía compartir con otros lo poco que tenía. Creo que necesitaba reconocimiento; pero si no tenía nada que ofrecer, me quedaba en el olvido. En el barrio era igual, me reventaba trabajando para ganar amigos pero, si Tin no tiene, Tin no vale”.
Danny Guerra confrontó su primer problema con las autoridades a los 15 años, cuando peleó con el hijo del jefe de sector de la policía de su barrio. Recibió una pedrada en una rodilla, y el hijo de papá una en la cabeza. El oficial lo detuvo y le dio un par de coscorrones, mientras que su hijo salía del hospital con un certificado por lesiones.
Danny tiene ahora 35 años. Abandonó los estudios en décimo grado y comenzó a trabajar a los 17 como ayudante de mecánico, pero pronto dejó el empleo. Desde entonces, si roban en el barrio, el jefe de sector le cae encima, y le envía una citación para que se presente en la estación policial. “A golpes me aconsejaba hablar. Estaba seguro de que yo sabía quién había robado. Figúrate que en mi casa robaron dos veces y la policía dijo que había sido un auto robo”.
A Danny Guerra lo amenazaron con aplicarle la ley de peligrosidad pre delictiva, que implica una condena de 4 años de privación de libertad. “No pocas veces –dice-, viví como un gitano, corre para aquí, corre para allá, escondiéndome del jefe de la policía”.
Más tarde Danny se unió a una iglesia protestante buscando tranquilidad, pero siempre lo señalaban como delincuente y descarado, aunque no tenía antecedentes penales. “Recuerdo al padrastro de una amiga, oficial de las Fuerzas Armadas, que solía decirme: negro y mierda es la misma cosa”.
Actualmente, Danny está casado y tiene una niña de ocho años. Trabaja en la construcción, “y en lo que aparezca” –enfatiza. Vive en el mismo barrio y sus condiciones de vida poco han cambiado. Es un hombre inconforme, aunque más resignado. Asegura que el problema del racismo en Cuba está en que los negros no tienen las mismas oportunidades que los blancos para progresar
Tal vez si los recuerdos de Danny conformaran casos aislados de la vida, no valdría la pena contarlos. Pero son muchos los Danny, se trata de escenas que se repiten a diario en nuestro país.