LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanetorg) – Los expertos en culturas asiáticas afirman que los japoneses no piensan tanto desde lo individual, sino desde lo relacional. Agregan que en ese archipiélago trabajan y piensan en equipo y que existe una forma poética que solo usa ideogramas, metáforas e imágenes metafísicas alcanzables por quienes poseen un don y aman la delicadeza.
Al margen de la veracidad de tales preceptos, sabemos que toda isla tiene sus mitos y retos, incluida Cuba, donde los enigmas son más existenciales y los problemas obligan a muchos a tropezar con la misma piedra, sobre todo quienes reciben más palos que zanahorias, como los opositores pacíficos que enfrentan al Estado corporativo de los Castro, empeñados en ponerla difícil a quienes exigen libertades cívicas no concebidas en palacio.
Los cubanos no son tan enigmáticos, disciplinados, laboriosos ni audaces como los japoneses, pero el grupo que sacude las líneas rojas del miedo realiza demandas concretas para despenalizar la oposición, esclarecer sucesos represivos que violan las leyes del propio régimen y obtener libertades y garantías previstas por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por Naciones Unidas en 1948.
En ese sentido se inscriben las “enigmáticas” huelgas de hambre de opositores como Pedro Luis Boitel, Orlando Zapata Tamayo, fallecidos en prisión en 1973 y 2010, y el periodista independiente Guillermo Fariñas Hernández, quien retomó ese recurso extremo en Santa Clara, el pasado tres de junio, por el cese de la violencia policial y el esclarecimiento de la muerte de Juan W. Soto, muerto tras una golpiza en el parque Vidal de dicha ciudad y denigrado por la prensa oficial, que ahora omite las exigencias de Fariñas. Felizmente Fariñas abandonó la huelga.
Al perpetuar sus errores el gobierno pone a la oposición en situaciones extremas, lo cual estimula ese recurso “romántico y pre moderno” que son las huelgas de hambre. La alternativa contra la vida propia no es cuestión de kamikazes criollos, si no la respuesta desesperada del sector de la oposición que intenta desmontar el infierno, recuperar la autoestima ciudadana y reconstruir el tejido social apabullado por la intolerancia.
En todo caso, los enigmas parten de la sinrazón de estado, cuya maquinaria represiva sigue intacta al igual que el aparato de propaganda, empeñados en usar las fórmulas de las décadas del sesenta y el setenta para posponer, como sus socios chinos, las libertades que desaten las iniciativas ciudadanas y la prosperidad individual.
Al comenzar la segunda década del siglo XXI resulta paradójico, por ejemplo, limitar el acceso a Internet o arrestar a 174 opositores en un mes y condenar a tres de ellos a cinco años de prisión por repartir volantes demandando cambios en la isla. Tal vez eso explique por qué cuatro jóvenes escaparon días atrás hacia los Estados Unidos en una lancha del Servicio de Guardacostas, o los 20 mil que cada año llenan formularios de emigración al mismo país, sin contar quienes chocan con otros ladrillos de la realidad y pagan las consecuencias.