LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – ¡Cuidado, el piso está lleno de sangre! El aviso no valió de nada. Las suelas de mis zapatos se embadurnaron con el líquido rojizo desperdigado en medio de la calle. La voz del uniformado despejaba mis dudas al ver desde lejos el automóvil policial bloqueando el acceso de otros vehículos, con la finalidad de preservar el lugar de los hechos.
Minutos antes de franquear la escena, pensé que se trataba de un operativo contra las antenas ilegales que captan las señales de televisión por cable, o tal vez la captura de un prófugo de la justicia, el suicidio de algún vecino o la desarticulación de una red de narcotraficantes. Los cálculos resultaron errados.
Al escuchar el mensaje del policía en el instante que mis pisadas se hundían en la mezcla de polvo mojado y sangre, tuve la premonición de que alguien había muerto entre aquellas penumbras.
Antes de llegar a casa, a 30 metros, decidí restregar ambas suelas sobre los charcos que el torrencial aguacero había dejado. No quería llevar las huellas de una tragedia al hogar.
Eran las 11 de la noche del 6 de agosto. Deduje que los hechos no habían ocurrido cerca de esa hora porque no había casi nadie alrededor de la escena. Es usual que este tipo de sucesos provoque la curiosidad del vecindario, convirtiéndose después en material de comentarios y fabulaciones que se adulteran a medida que viajan de boca en boca a través de los barrios de la capital. En los medios de prensa nacionales estos casos pasan inadvertidos.
Al día siguiente se conocieron los detalles y valoraciones respecto a lo que sucedió la noche anterior. José Manuel, un vecino, asegura que vio todo desde el balcón. Describió el cuchillo entrando en el abdomen y en la espalda.
“El tipo estaba decidido a matarlo. Quisiera que hubieras visto la furia con que lanzaba los cuchillazos. Tiene que estar muerto”, aseguró como colofón a sus descripciones.
Más impresionante es el móvil del fatal desenlace. Sentí un escalofrío similar al que invadió mi cuerpo al plantar los zapatos en la sangre estancada en uno de los muchos baches que adornan las calles de la Habana Vieja.
“Págame mis 40 pesos, págame mis 40 pesos”. Por dos dólares asesinaron a un hombre en la ciudad. Dos dólares.
El enjuague en el charco sin sangre frente a la puerta del edificio, fue parcial. Los zapatos conservaban pequeñas manchas rojizas en sus laterales. Todo por culpa del creciente uso de la violencia verbal y física para resolver los problemas interpersonales entre cubanos.