LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – No pocos cubanos que logran abandonar el país se convierten en neandertales de salón, con pistola al cinto y cinta adhesiva para silenciar las opiniones adversas. Si bien dentro de la isla muchos no se atrevieron a decir ni esta boca es mía para cuestionar la falta de libertades, en el exterior rugen más que el león de la Metro Goldwyn Mayer.
Las decisiones que no tuvieron valor de criticar en su país, las impugnan desde un exilio adonde no llega el humo jodedor de una moto de la Seguridad del Estado, ni el olor de los calabozos. Lo mismo se oponen a la visita de Juanes a la Isla que a la llegada de los Van Van a Miami, o montan carpas para exigir mano dura contra el acercamiento entre cubanos y estadounidenses.
Los intercambios culturales entre ambas naciones son otra oportunidad para ejercitar su estirpe de Trucutú, y la intolerancia genética adquirida en los manuales de la revolución
La visita del presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Miguel Barnet, a los Estados Unidos, invitado por Graduate Center de City University of New York (CUNY), para asistir al lanzamiento (edición inglesa) de su novela La vida real, desenfundó algunas lenguas amordazadas por más de medio siglo.
Razones como: “es un cómplice de la dictadura, un censor”, no bastan para negar su presencia de un escenario donde la confrontación abre grietas en el monólogo de las dictaduras. Si el Barnet de las obras de testimonio Biografía de un cimarrón, Gallego y Canción de Rachel decide defender la revolución, es su derecho, tanto como para los demás cuestionarla.
El problema no está en si Barnet va y la Orquesta Sinfónica de Nueva York no viene, sino en lograr que ambas visitas, más que una maniobra política o un privilegio individual, se conviertan en un derecho para todos.
En vez de oponerse a que Barnet visite universidades norteamericanas, deben levantar la voz y recoger firmas para que el poeta y escritor Jorge Olivera Castillo pueda asistir a Harvard donde fue invitado por el Departamento de Literatura y Literatura Comparada, a participar en el año escolar 2010-2011 del Harvard College.
Sin embargo, más de veintidós cartas (encabezadas por la de Noam Chomsky), dirigidas al gobierno y Ministerio de Cultura, no han sido suficientes para que lo autoricen a viajar.
Si Barnet fue, qué bien. Si Jorge no va, qué mal. Si el primero escribió el cuento Fátima o el Parque de la Fraternidad; el segundo publicó en el exterior los libros Huésped del infierno, y Antes que amanezca y otros relatos. Si el escritor oficial lanzó su poemarios Oriki y otros poemas, Mapa del tiempo, y Con pies de gatos; el opositor publicó Confesiones antes del crepúsculo, En cuerpo y alma y Cenizas alumbradas.
Cuando Barnet apoyó el encarcelamiento de 75 opositores al régimen, Olivera fue condenado a 18 años de prisión. Dos visiones de la misma realidad, y un solo derecho: el de viajar y expresarse.
Aunque en la vida real, el escritor oficialista que puede viajar es más prisionero que el que escribe desde la oposición.