LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -En la puerta cerrada de una oficina de cobros a la población, de una empresa municipal de servicios, colgaba un cartel: Regreso en diez minutos. Aludía a la ausencia temporal del puesto de trabajo, por parte de la empleada encargada de atender al público, tal vez debido a una urgencia imprevista.
Los clientes que llegaban a pagar cuentas de luz, teléfono, gas, o para asentar cuños, o a solicitar otros servicios, a medida que la cola se iba alargando, se dedicaron a chotear a costa del cartel.
El primero de la cola repetía que cuando llegó, a las ocho de la mañana, ya estaba el cartel ahí, y eran las once. Un individuo que tenía mucho apuro por salir de su trámite, pues tenía que irse corriendo para otra diligencia, dijo que en Cuba todas las medidas estaban adulteradas. La libra ya no contiene 16 onzas, sino 14 o menos. El kilogramo no equivale a 1000 gramos, sino 960 o menos. El litro nunca lo dan lleno. Una hora de espera suele tener por lo menos 240 minutos. Y por lo visto, un minuto era mucho, pero infinitamente mucho más de 60 segundos.
“Ayer compré un par de zapatos en la tienda -contó una mujer que estaba allí para pagar el teléfono-, según la indicación, era el número 39, que es mi número, pero no me sirvieron porque en realidad era dos números menores al que calzo”.
“El metro de tela no mide ya 100 centímetros -dijo otra mujer, que esperaba por la empleada para solicitar una limpieza de fosa–, en la regla de medir de la tienda, la marca está situada mucho antes del 100. Incluso, me informaron muy seriamente que es una normativa instaurada por la empresa”.
“Hasta los sabores están cambiados –añadió otro individuo-, con los productos químicos que les echan a las frutas y a las viandas para acelerar su maduración. Ahora, a veces un platanito te sabe a frutabomba y un aguacate a malanga. Y ni hablar de los precios, en los que sí es verdad que nos acaballan a la cara”.
Al fin, entre quejas y choteos, dieron las doce del mediodía, pero la empleada no llegaba. La cola colmaba el pasillo. Los clientes continuaban burlándose amargamente del tamaño de los diez minutos, cuando bajó otra empleada del piso de arriba, que iba a almorzar, y se echó a reír. Le comunicó a los clientes que Juliana, la empleada de aquella oficina, estaba de vacaciones. El cartel lo había colocado la semana pasada, cuando tuvo que salir al baño con urgencia, y luego olvidó retirarlo.
Desconocía esta empleada por qué la administración no había reparado todavía en la anormalidad de aquel letrero en la puerta. “Pero, quién sabe, tal vez dentro de diez minutos se dan cuenta y retiran el cartel”, resumió sonriente.