LA HABANA, 17 de enero de 2012173.203.82.38 – Discriminado por su nacionalidad en una librería de su propio país, Sergio López tropezó con lo que hasta hace poco consideraba un fantasma producto de la imaginación.
Se había acercado a las vitrinas de la librería “La Internacional”, en busca de la Guía de Conversación, en su versión italiana. A primera vista no vio lo que buscaba y tampoco preguntó a la dependiente, que tenía cara de cansancio y bostezaba plácidamente en su silla. Eran las nueve y cuarenta de la mañana. Faltaban sólo veinte minutos para la apertura, y decidió esperar.
Minutos después, vio como dos mujeres enfilaron la calle Obispo hacia la Moderna Poesía y se detuvieron a la entrada. Por su físico y por su forma de vestir, parecían extranjeras. Salió de dudas cuando cruzaron la calle hacia donde él estaba y las escuchó hablar en italiano. Aunque no comprendió lo que decían, pensó que era una buena oportunidad de probar sus conocimientos, pero se dio cuenta de que aún no sabía cómo decir “está cerrada” en el idioma de Dante, así que prefirió callar.
Una de las turistas se acercó a la puerta y trato de abrirla. Quizás no reparó en el cartel de “CLOSE” que colgaba a través del cristal. La dependienta la vio, se levantó y fue a su encuentro. El bostezo se transformó en una sonrisa exagerada, casi servil.
Él pensó que ya iban a abrir la librería. Entonces se dirigió también a la puerta por donde ya entraban las turistas, pero no pudo pasar del umbral. Una mano delicada, con enormes uñas postizas, le detuvo el paso.
“Todavía faltan diez para las diez”, fue todo lo que dijo la bostezadora sin dejar de sonreír.
Al estudiante lo primero que le vino a la mente fue una vieja película de artes marciales donde el protagonista, al querer entrar a un local, lo detiene un portero, risueño también, y le señala hacia un letrero humillante: “NI PERROS, NI CHINOS”.
Había oído muchas anécdotas y testimonios sobre la discriminación contra los cubanos en su propio país, pero aún no lo había experimentado en carne propia. Incluso algunas de esas historias le parecieron ficticias o exageradas. Ahora, que pudo experimentar la humillación, ya no tuvo dudas.
Sergio quiso razonar con la dependiente, y le preguntó porqué las turistas sí podían acceder al local en esos momentos, y él no. Le hizo también un pequeño resumen sobre los supuestos derechos que él tenía como cubano en su propia tierra. La dependiente esperó pacientemente que acabara su exposición y, para asombro de Sergio, su única respuesta fue:
“A ti te pasa lo mismo que a todos los cubanos: tienes complejo de inferioridad con los extranjeros. Ve al sicólogo, mi hijito”. Dicho esto, cerró la puerta.
Sergio afirma que no le dio ningún merecido escándalo a aquella señora. Se limitó a negar en silencio con la cabeza y a pensar que tuvo un desafortunado inicio del día.
Cuando por fin el “OPEN” apareció tras el cristal, eran las diez y cuarto. Las turistas ya salían, con las manos vacías.
A él nadie le abrió la puerta, ni le preguntó qué deseaba. Encontró el libro. La cajera le dijo que eran seis cuc (pesos convertibles) con treinta y cinco centavos. El pagó y salió. Mientras se alejaba de la librería, hojeó la Guía de Conversación, y memorizó que “è chiusa” quiere decir en italiano “está cerrada”.