LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Alexander Guerra Delgado es un joven de 25 años. Vive en la calle Buena Suerte, en el barrio La Prosperidad, municipio capitalino de San Miguel del Padrón. Vive frente a la antigua estación de trenes de San Francisco de Paula y la antigua fábrica de conservas La Ideal, la primera, transformada por la revolución en un albergue de tránsito, a donde van a parar durante décadas las personas que se quedan sin hogar, y la segunda, transformada, también por la revolución, en una unidad de la Policía Nacional Revolucionaria, cuya función todos conocemos.
Conocí a Alexander Guerra en casa de Alberto Cutiño Scud, un anticastrista acérrimo, de 73 años, a quien yo solía llevar semanalmente esa literatura que los comunistas cubanos llaman “subversiva”. Alexander no sólo se convirtió en asiduo lector de Cubaencuentro, Cubanet, Misceláneas de Cuba, el Nuevo Herald o de libros censurados por el castrismo, sino que contribuía a difundir estas publicaciones entre los vecinos de La Prosperidad.
“¿Qué tienes para leer, brother? Me tienes desinformado”, preguntaba cada vez que me veía llegar a casa de Cutiño. Sin embargo, al parecer no estaba tan desinformado como se pintaba; pues se decía que tenía un receptor satelital de televisión y distribuía la señal a sus vecinos por 10 dólares al mes.
Supe además que Alexander soñaba ser policía de tránsito y patrullar las calles de La Habana en una motocicleta. Una vez se presentó a una convocatoria de la motorizada, pero por alguna razón no pasó los exámenes.
No vi más a Alexander desde que Alberto Cutiño ingresó en el hospital Hermanos Ameijeiras, el 19 de diciembre de 2010, por una enfermedad pulmonar que lo llevó a la muerte 16 días más tarde, el 5 de enero de 2011.
Hace pocos días supe por un vecino de La Prosperidad, que Alexander está a punto de graduarse como oficial del Ministerio del Interior (MININT) y es probable que lo asignen a la Sección 21 del Departamento de Seguridad del Estado (DSE), encargada del “enfrentamiento a la actividad subversiva interna”.
Alexander no es un caso único, hay muchos jóvenes cubanos, sin futuro, que eligen el mismo camino por motivos parecidos: manejar una moto o auto, tener un poco más de comida o impunidad, o quizás lograr el ansiado permiso para vivir en La Habana, si son de provincias.
Les llamo “sorprendentes” porque al conocerlos y hablar con ellos nadie sospecharía a lo que terminarían dedicándose. A Alexander no lo mueve el anhelo de combatir a los enemigos de una revolución que el mismo no entiende, ni el de acabar con los disidentes, solo quiere manejar una motocicleta Suzuki, aunque el precio sea dedicarse a aterrorizar y reprimir gente pacífica y decente. No pudo resistir la tentación de verse rodando en su moto por La Habana y sucumbió al chantaje.
Aunque se gradúe como oficial del MININT y ande con el carnet del DSE en el bolsillo, siempre recordaré a Alexander como el frustrado motorista de tránsito, como el voraz lector de “propaganda enemiga” o como el intrépido negociante de señales satelitales.
Aunque tendrá que darnos lata y meternos miedo con sus interrogatorios, ahora Alexander podrá leer sin peligro la literatura incautada al enemigo, será parte de su trabajo.