CIENFUEGOS, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Todo el mundo recuerda la fábula del rey desnudo, cuyos súbditos eran conscientes de su desnudez, pero el temor les impedía declarárselo. Hasta que la inocencia de un niño puso las cosas en su sitio.
El pasado 28 de diciembre, yo recordé esta fábula, mientras oía de boca del ciudadano cienfueguero Idalberto Reyes Saroza, la experiencia que sufrió al iniciar la actividad de trabajador por cuenta propia, con lo cual, sin proponérselo, puso al descubierto la inoperancia de una de las unidades estatales de servicio a la población.
A Reyes, antiguo y connotado cuadro administrativo, cuyo haber contempla la dirección de empresas estatales como la de Servicios Comunales en Cienfuegos, le dio por establecer un negocio de floristería. Su propósito fundamental era satisfacer la demanda de ofrendas florales, insatisfecha en la única funeraria de la ciudad. Su actividad incluiría además servicios en los arreglos para bodas y fiestas de quince. Pero estos trabajos eran secundarios. El fuerte del negocio de Reyes eran las coronas funerarias.
Tras sacar cuentas, invertir en herramientas y contactos, todo quedó a punto para que iniciara sus operaciones. El 14 de diciembre efectuó la primera compra de flores, a la Cooperativa Romerio Cordero, y al siguiente día su microempresa mostraba los primeros productos.
A pesar de haber previsto pérdidas para los primeros días, la realidad superó por mucho las expectativas. La llegada de clientes no se hizo esperar, propiciando que desde los mismos comienzos, la balanza se inclinase noblemente hacia el lado de las ganancias.
Como la funeraria solo vende dos coronas por difunto, los propios trabajadores del local remitían a los dolidos familiares hasta la casa de Reyes, donde recibían un trato afable y percibían el interés de dejar satisfechas todas sus necesidades. Los días por venir fueron de mucho ajetreo. El teléfono no cesaba de sonar. El negocio iba viento en popa.
Pero la felicidad en tierra socialista suele durar poco. Una semana después de comenzado el negocio, Reyes escuchó lleno de alarma y estupor las palabras del jefe de turno en la funeraria: “No me llames más, porque me vas a causar problemas. El primer secretario del partido en el municipio, Osvaldo Suri, se ha enterado de tu iniciativa, e, irritado, ha prometido cambiar a la administradora de la floristería”.
“¿Cómo es posible que la floristería de la funeraria no tenga flores y el particular si?”, había preguntado retóricamente aquel dirigente del partido. “En su ofuscación -comenta Reyes- el funcionario llegó a prohibirles a los familiares de los difuntos que me comprasen flores”.
Al día siguiente, se desató la tormenta. Asegura Reyes que durante una reunión con los trabajadores de la floristería estatal, el mandamás partidista saco del portafolio un pliego extenso de prohibiciones, que en esencia dictaban: “No más llamadas a casa de Reyes, no más ventas de flores a su negocio particular”.
Ordenó que en lo adelante, 100% de las flores producidas, tanto por los productores particulares como estatales, fuese adquirida íntegramente por la floristería estatal.
El tiempo pasó y la situación del negocio de Reyes cambio radicalmente. Días vinieron en que no pudo vender ni una corona, a pesar de que se puso a experimentar con flores silvestres para evadir las sanciones.
Después de hacer un análisis realista de la situación en que se encontraba, y viendo los gastos en que había incurrido por concepto de inversión en transportación, compra de flores, insumos, propaganda escrita, sin que pudiera ahora amortiguarlos, llegó a la dolorosa conclusión de que lo mejor era cerrar el negocio.
Sacando cuentas con posterioridad, Reyes comprobó que sus pérdidas ascendían a 12 570 pesos.
Fue el precio que tuvo que pagar por su iniciativa. La actividad independiente de Reyes dejaba al descubierto la desnudez funcional que padecen las unidades y empresas estatales. El florista, con su creativa idea, era ese niño que gritaba en la avenida: “El rey está desnudo”.