LA HABANA, Cuba, agosto, 173.203.82.38 -Mucho se habla en la prensa cubana acerca del Proyecto Manhattan, con el que se crearon las primeras bombas atómicas en los Estados Unidos, pero nada se dice de otro proyecto que los japoneses insistieron en llevar a cabo, antes y aun después de que fueran lanzadas las bombas atómicas norteamericanas sobre Hiroshima y Nagasaki.
En marzo de 1941, el profesor Ioshio Nishina –de ahí el nombre del Proyecto Ni- dirigió la tarea de construir una bomba de uranio, junto a más de cien jóvenes científicos que se ocupaban de las investigaciones nucleares. Primero, se dedicaron a los cálculos teóricos, porque habían fracasado al no encontrar yacimientos de uranio en la prefectura japonesa de Fukushima y en la península de Corea.
Como el profesor Nishina no avanzaba en su empeño, lo notificó al alto mando militar. A los pocos días, recibió la orden de fabricar la bomba de todas formas, porque, según el coronel Hideki Tojo, Ministro de Guerra del Japón, una bomba atómica en sus manos haría cambiar la marcha de la guerra. Se le proporcionó todo lo necesario al profesor: dinero, materiales, mano de obra…
“Pero nos falta lo principal –exclamó Nishina al portador del mensaje del ministro-: el uranio. Sólo eso necesitamos.
El uranio fue solicitado entonces a los nazis, por intermedio de Hiroshi Oshima, embajador japonés en Berlín.
En 1985, cuando el Proyecto Ni se reveló por primera vez en la prensa de Moscú, no se sabía aún si el propio Adolfo Hitler había accedido al pedido del mineral. Sólo se sabía que los nazis preguntaron a los japoneses para qué querían tanta cantidad de mineral de uranio, y que el coronel Kawashima, indignado, telegrafió en estos términos: “Recuérdele a los alemanes que nuestro país libra una guerra contra Estados Unidos y Gran Bretaña. Si no lo podemos lograr, hablaré directamente con el Fuhrer”.
En noviembre de 1943, un submarino alemán transportaba tranquilamente una tonelada de mineral de uranio hacia Tokio, cuando fue hundido por barcos norteamericanos, un poco antes de llegar a Malaya.
De esta forma, Japón jamás obtuvo lo necesario para producir su bomba atómica, y el Ministro Tojo se quedó con los deseos de lanzarla sobre la isla de Saipán, liberada en julio de 1944, por Estados Unidos, y donde permanecían setenta mil marines y 25 mil japoneses. Días después del hundimiento del barco, el propio ministro, que había dirigido la guerra desde su comienzo, dimitió.
Cuando las dos bombas norteamericanas fueron lanzadas sobre Japón, a finales de la guerra, más de 500 técnicos especialistas trabajaban con grandes esperanzas de obtener la bomba atómica para los nipones. Utilizaban para ello un uranio que, aunque de muy baja calidad, había sido extraído de la región japonesa de Isikawa, por jóvenes escolares de la zona, movilizados voluntariamente para horadar la roca.
Por entonces, Japón ya había construido dos importantes plantas para su programa nuclear militar, y esperaba uranio de China y Corea. Pero dichas fábricas jamás funcionaron. El 13 de abril de 1945, fueron reducidas a ceniza por aviones norteamericanos.
El profesor Nishina sería llamado de nuevo ante el alto mando militar japonés. Allí pudo comprobar el loco fanatismo y la ignorancia de aquellos militares, cuando volvieron a exigirle que fabricara una bomba, igual que la de Hiroshima y Nagasaki, con el objetivo de hacerla explotar en la plaza de armas ocupada por norteamericanos y británicos. El profesor Nishina no olvidó en muchos años la mirada trastornada del jefe del Cuartel General, ni sus palabras delirantes, cuando dijo: ¨Hay que producir la bomba a tiempo, sino no para esta guerra, para la futura¨.