PUERTO PADRE, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Indignado miró a la azotea. No estaba.
-! Maria…! , la llamó, de pie, en medio de la calle, todavía con la vista fija en el techo de su casa. Cuando apartó la mirada, la mujer ya estaba en la puerta.
“Se llevaron el cartel –le dijo- pero ahora tú verás”.
Para escribir su mensaje, esta vez desechó el cartón y eligió un trozo de hojalata de un antiguo bidón de combustible.
Trepó a la azotea y a martillazos agujereó la hojalata, amarrándola con alambres al asta de la antena del televisor.
Mientras trabajaba allá arriba, escuchó a su mujer mascullando. Hablaba sobre el ruido que oyó la noche anterior mientras veía la telenovela. Según ella, no le prestó atención. Creyó que eran los gatos.
Pero qué importaba si el ruido escuchado por su mujer pertenecía a los gatos, a las ratas o a los rateros al servicio de la policía política -se dijo él, echándose hacia atrás para comprobar la eficacia de su obra.
La casa está ubicada sobre la cúspide de la colina en la que asienta la ciudad de Puerto Padre. Y aunque con caligrafía amuchachada, desde lejos puede leerse su letrero: “Viva el 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos”.
Es sábado, 10 de diciembre de 2011. Apenas han transcurrido unos cuantos minutos desde el amanecer, y el cartel que fuera robado en la noche ha sido ya repuesto.
De corta estatura y rasgos eslavos, Alexis Guerrero Cruz baja de la azotea y sube a su bicicleta de 3 ruedas con un rótulo pomposo: Bicitaxi.
Comienza a pedalear para ganarse la vida. Atrás quedan la mujer y las hijas, bajo un cartel que en lugar de ser bienvenido, pudiera acarrearles dificultades, como las ya ocurridas por la disidencia de Alexis, o por su posesión de un puñado de libros bajo una denominación apabullante: Biblioteca independiente Tomas Jefferson.
Exigiendo derechos, Alexis es el hombre de los carteles. Cuando en el barrio no tenían qué beber escribió: “Tenemos derecho al agua”. Puso el cartel en su bicicleta y fue a estacionarse frente a la mismísima sede del Partido Comunista.
Amigos y detractores han calificado a Alexis a su gusto. Unos lo llaman patriota; otros, mercenario. Y hay hasta quien le llama ladrón.
Tales lindezas no parecen preocuparle. Continúa sudando la camiseta para ganarse el pan. Y de vez en vez escribe lo que piensa y exhibe sus carteles a la luz del día.
El sábado 10 de diciembre, luego de haber llevado y traído en su bicicleta a gente en constante parloteo que nada dice, Alexis regresó a casa.
Con el cartel de hojalata sobre el techo, y durante todo el día la vivienda ha estado bajo el acecho de dos piquetes.
“Esa gente no son del barrio, las trajeron para vigilar”, le dijo Joaquín, un vecino.
Al caer la tarde los piqueteros se marcharon, pero sobre la azotea todavía permanecía el cartel: “Ahí está, míralo”, decía Alexis, contento.
Según Vaclav Havel, este es el poder de los sin poder. Lástima que otros no lo comprendan.