LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Se quejan muchos espectadores de que no entienden Afinidades, la coproducción de Hispafilm y el ICAIC que dirigieron Jorge Perugorría y Vladimir Cruz. Dicen algunos que parece una película europea. Es como si luego de tantas películas americanas, apartarse una pulgada de Hollywood, fuera algo pecaminoso.
Afinidades, con tanta trasgresión, desenfado sexual, conflictos existenciales, diálogos cuasi-filosóficos, atmósfera decadente y un ritmo enervantemente lento, es una película que desconcierta. Pero no precisamente porque parezca un filme europeo. Además de los paisajes de la Laguna del Tesoro que muestra la magnífica fotografía de Luis Najmías y las canciones de Silvio Rodríguez y Omara Portuondo, los parlamentos de los personajes los ubican plenamente en el espacio y tiempo de la actualización de Raúl Castro del socialismo cubano.
Para su debut como directores, Jorge Perugorría y Vladimir Cruz decidieron llevar al cine la inusual novela, estructurada como un cuarteto de cuerdas, Música de cámara, de Reynaldo Montero. El reto justifica que el dúo actoral más famoso del cine cubano luego de Fresa y chocolate, además de dirigir una película, se haya dado varios otros gustazos: volver a actuar juntos, compartir tórridas escenas de sexo con las bellas Cuca Escribano y Victoria Griffith, y sobre todo, decir unas cuantas verdades sobre la Cuba del sálvese el que pueda de ahora mismo.
Si no fuera por esta última razón, Afinidades sería poco más que “un pellejo” (como llaman por acá a las películas porno) con pretensiones de cine de autor. Algo así como Molina Feroz, con mejores actuaciones, fotografía, música y muchísimo menos mal gusto.
Afinidades da la posibilidad de asistir como voyeristas (mira huecos, diríamos por acá) a la orgía de sábado y domingo de un empresario y su empleado de confianza en una discreta y confortable cabaña en la Laguna del Tesoro, donde intercambian parejas y confesiones.
El empresario, desinhibido, cínico y socarrón, logra involucrar en su aventura erótica, casi en el paraíso y con los gastos pagos (¿por el Estado?), al subordinado que enfrenta el riesgo de quedar disponible en el proceso de reducción laboral. A cambio de que su superior haga valer su influencia para impedir tal eventualidad, acepta sin muchos pucheros el intercambio de amantes por un fin de semana.
En la película, los retorcimientos sicológicos y los hábitos sexuales de Magda, Cristina, Néstor y Bruno, son sólo un pretexto, casi tanto como el paisaje de la Laguna del Tesoro, para enfocar ciertos aspectos escabrosos de la situación nacional.
Las ideas del jefecillo acerca de cómo arreglar la economía cubana (¿la actualización del modelo según los Lineamientos Económicos para el VI Congreso del PCC?) no tienen desperdicio. Con tanto confort, botes de alquiler y cervezas, poco tiene que ver la Cuba-Bahamas del jefecillo-tecnócrata con la Cuba-Haití a donde irá a parar de cabeza su subordinado si por fin queda disponible, a pesar del despelote en grupo del fin de semana en Guamá.
Cruz y Perugorría, que no tenían nada que probar acerca de su talento histriónico, salen bastante airosos como directores. Pero si hablamos de porno-arte de altos vuelos, ni soñar con que Afinidades sea algo así como El último tango en París. Y no sólo porque en Cuba tampoco abunda la mantequilla. Si acaso, y aprovechando a la diva Omara, ¿qué tal El penúltimo bolero en la Laguna del Tesoro?