LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – Pedro Suarez, alias “El pantera”, piensa reorganizar su vida según las directrices de los sacerdotes de Ifá para este año. En sus manos tiene el folleto con las regulaciones del trabajo por cuenta propia. Se propone legalizar el negocio que por más de cinco años mantuvo ilegal: un pequeño centro de elaboración de pasteles de guayaba.
Debía pensar en todo, por ejemplo, qué decir en caso de que la policía lo detuviera transportando más de 2 mil pasteles, porque el hecho en la legislación penal es considerado un delito de especulación y acaparamiento. Se le ocurrió la idea perfecta: venta por encargo para bodas, cumpleaños y fiestas de quince.
A pesar de que tenía amigos que siempre le avisaban con antelación, deseaba librarse de los registros policiales y las acusaciones por realizar actividades económicas ilícitas. Hasta hoy, nunca lo atraparon, por eso le dicen El pantera, pero siente que a sus 50 años, necesita descansar.
“Elaborador vendedor de alimentos a domicilio, la licencia que se ajusta a mis necesidades”, pensó. También la única que permite distribuir productos al por mayor sin motivar el recelo de las autoridades.
“El pantera” tenía una red de distribución en la ciudad: quioscos particulares, administradores de “policakes”, (dulcerías estatales cuyos empleados, por la izquierda, vendían su producto en divisas), y una que otra persona que se dedicaba a la reventa en las calles. Acciones todas ilícitas según las regulaciones del trabajo por cuenta propia.
“Es una contravención comercializar productos de forma mayorista; otra hacerlo con una entidad estatal sin que esté debidamente autorizada. Sin duda todo es ilegal” -comentó.
Mientras elaboraba su estrategia, la lógica le decía que debía advertir a sus clientes, principalmente a los clientes cuentapropistas, sobre la lista de infracciones. Estos jamás debían declarar que compraban sus dulces para revender. También es una contravención utilizar intermediario para comercializar la producción. Además, ellos también incurrirán en una al actuar como tales.
Releyendo las regulaciones encontró otro problema: justificar la licitud de los materiales que utilizaba en su negocio. Estaba obligado a comprar harina y azúcar en divisas, y la barra de dulce de guayaba en el mercado agropecuario. Sin embargo, no era rentable adquirir la materia prima en moneda libremente convertible, para después vender su producto en moneda nacional.
El pastel, en venta directa a la población, costaba 2 pesos moneda nacional, precio oficial que debía declarar. Sin embargo, vendía el producto al intermediario a un peso con 50 centavos. Si compraba la materia prima en las tiendas recaudadoras de divisas se encarecían los costos de producción y obligatoriamente debía subir los precios, en cuyo caso sus ventas disminuirían.
Calculadora en mano saco su cuenta: al mes tenía una venta de 120 mil pasteles y se suponía que ingresara 240 mil pesos, cuando en realidad eran 180 mil, al venderlos a 1,50. En esas condiciones tendría que declarar 720 mil pesos que no ingresaba en su patrimonio. Por otra parte, si reconocía esa cifra le aplicarían el 50 % de impuestos.
Durante una semana leyó, releyó, analizó, esquematizó y no encontró forma de desprenderse de la ilegalidad. Siempre lo acompañaría el riesgo de ser acusado de realizar actividades económicas ilegales, o de procesos confiscatorios por enriquecimiento ilícito.
Alcanzaría éxito y prosperidad sólo si falseaba sus declaraciones juradas y compraba la materia prima y los comprobantes de compra en divisa, en el mercado negro. Del estudio de la legislación sólo aprendió nuevas formas de aparentar legalidad, pero no a vivir dentro de ella.
El pantera se sintió frustrado. Cuando por primera vez en su vida se disponía a observar la ley, concluyó que, en este país, es humanamente imposible, a menos que estuviese dispuesto a morirse de hambre.