LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – El siglo XIX fue una época de gran auge de la riqueza cafetalera cubana, fruto de una inmigración compuesta por franceses y catalanes, llegados al oeste de Santiago de Cuba fundamentalmente a mediados de dicho siglo. Todavía pueden verse ruinas de los cerca de doscientos asentamientos cafetaleros; restos de las viviendas y los sitios donde se lavaba y despulpaba el café.
Uno de aquellos antiguos cafetales que todavía pueden visitarse es La Isabelica, propiedad del colono francés Prudencio Casamayor. La Isabelica está situado exactamente en las estribaciones de La Gran Piedra, uno de los más importantes sitios geológicos de la región oriental de la Isla; un enorme bloque de roca de origen volcánico, de 51 metros de largo, 25 de alto y 30 de ancho, y con un peso estimado por encima de las 63 mil toneladas.
Las leyendas sobre el origen de La Gran Piedra incluyen desde su formación debido al impacto de un meteorito que cayó hace millones de años en el lugar hasta las que atribuye su existencia a la explosión de un volcán submarino.
Hace años, el periódico Juventud Rebelde destacó la gran importancia que tuvieron aquellos cafetales para el desarrollo económico de Cuba, y publicó varios reportajes sobre aquella zona, designada por la UNESCO como Patrimonio Nacional. Entre esos reportajes, hay uno de la colega Margarita Pécora Barrientos, titulado La Gran Piedra, publicado en 2000, en el cual afirma que la piedra representa la “huella del último episodio volcánico de Cuba, ocurrido en el Paleógeno a nivel submarino¨.
La versión de Pécora Barrientos sobre el origen de la gigantesca roca, situada a 1.225 metros sobre el nivel del mar y cuya cúspide sirve de impresionante mirador natural al que se asciende escalando 452 peldaños, difiere drásticamente de la contada por Nicolás Guillén en una artículo titulado Sismos y cafetales, publicado en marzo de 1963 en el periódico Hoy. La versión del poeta Guillén, en mi opinión la más creíble, sitúa el origen de la enigmática roca en tiempos mucho más recientes, exactamente en 1852.
Guillén, se basa en el libro Naturaleza y Civilización de la Grandiosa Isla de Cuba de Miguel Rodríguez-Ferrer, editado en Madrid en 1876. Rodríguez-Ferrer, quien había visitado la isla en 1847, se refiere ampliamente a que los cafetales de los franceses radicados en la provincia oriental, fueron arruinados por un temblor de tierra ocurrido el 20 de agosto de 1852, cuatro años después de su visita a Cuba, y que sacudió no sólo a la ciudad de Santiago de Cuba, sino también a Baracoa, Gibara, Holguín, Bayamo, Manzanillo, y a Kingston, la capital de Jamaica.
“Un alfombra de ruinas -dice el español- cubrió bien pronto aquellos montes que admiré en días felices”.
Sobre la caída de la enorme piedra, relata: “Muchas piedras multiplicaron sus caídas y hubo una que después del terremoto del 20 descendió de la montaña y arrastró el bohío de los negritos jóvenes que por gran felicidad se estaban bañando entonces en un arroyo algo distante, lo que les proporcionó el poderse librar de su violencia. Este gran bloque lanzado desde tanta altura se llevó por delante cuanto encontró a su paso y fue a parar a legua y media del punto de partida, causando un estrépito que se oyó a más de dos leguas de distancia”.