LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -La semana pasada fue noticia el anuncio de la grave enfermedad del teniente coronel Hugo Chávez. La revelación confirmó informaciones previas provenientes de fuentes norteamericanas y desmintió declaraciones tranquilizadoras formuladas por vasallos del caudillo venezolano.
Estos últimos aseguraron que su jefe seguía ejerciendo la plenitud del poder. Como en ningún momento el Vicepresidente asumió la jefatura del Estado, habría que preguntarles quién dirigió Venezuela mientras le extirpaban el tumor maligno al anestesiado caudillo barinense.
La novedad la difundió el mismo interesado, quien —cosa poco habitual— se limitó a leer. El tono era compungido, lo cual cabía esperar en alguien como Chávez, proclive al llanto autocompasivo cuando su propio pellejo está en juego, como lo demostraron sus abundantes lágrimas durante la detención que sufrió a raíz del fugaz golpe de estado.
El sucedido demuestra que en la patria de Bolívar se engrasan las ruedas del autoritarismo instaurado por el frustrado candidato a gorila: En democracia, la información hubiese provenido de un parte médico; en Venezuela, el máximo líder, como macho alfa, se reserva la función de dar personalmente las noticias, incluso las malas.
La alocución no estuvo exenta de bellezas oratorias, aunque no puedo evitar pensar que muchos de los delincuentes comunes con los que, gracias al gobierno castrista, tuve que convivir durante años en las cárceles, hubiesen hecho un comentario irreverente: “¡Qué baba!”
En cualquier caso, el breve discurso cumplió su cometido, al exacerbar el apoyo de sus incondicionales, mientras los opositores señalan las irregularidades que han rodeado este episodio. Una vez más se comprueba la facilidad de estos “caudillos iluminados” para enfrentar a sus compatriotas entre sí, creando sociedades políticamente esquizofrénicas.
De todos modos, espero que en Venezuela no se repitan los excesos que cometieron los opositores argentinos a raíz de que sufriera la misma enfermedad otra demagoga famosa: Eva Duarte de Perón. Confiemos, por ende, en que no tengamos que leer en Caracas letreros de “¡Viva el cáncer!”
En Cuba, la alocución fue repetida una y otra vez en los medios masivos, puestos en cadena con ese fin. Como un ciudadano más, tuve que oír aquello de las “células cancerígenas” en múltiples ocasiones, hasta que pensé: “¡No es así! ¡El adjetivo adecuado es “cancerosas”!
El viernes se le dedicó al tema el programa “Mesa Redonda”, en el que no faltaron gestos solidarios ni los mensajes laudatorios de los obsecuentes de siempre. Uno particularmente vivaracho, en pleno arrebato, llegó a ofrecerse para repartir sus órganos vitales, no sólo a Chávez, sino también entre otros líderes socialistas que lo requieran.
Se ve que ese exaltado ignora la instructiva anécdota de Los doce césares, de Suetonio: la del senador romano que, durante una enfermedad de Calígula, expresó su disposición a entregar su propia vida a cambio de la del emperador. Éste, al sanar, recordó al apapipio su ofrecimiento, obligándolo a suicidarse después de nombrarlo heredero.
El sábado, el principal titular del Granma y casi la mitad del escuálido periodiquito estuvieron consagrados al mismo tema. Uno de los reportajes llevaba un título perturbador: “Aquí el que manda es Chávez”. Aunque el despacho está fechado en Caracas, el diario es publicado en La Habana: de ahí lo inquietante de ese encabezado.
La propaganda castrista nos acusa a los disidentes de “vendepatrias”, “mercenarios” y otras lindezas por el estilo. Pero declaro que si alguna vez yo fuese director de algún órgano informativo, no se me ocurriría consagrar una entrega a la alocución de un extranjero; lo mismo pienso de otros colegas de la prensa independiente.
En el ínterin, los chavistas piden respeto para la enfermedad de su jefe. Eso lo reclaman aquellos que, si por algo se han distinguido, ha sido precisamente por atacar de modo virulento a todo el que propugna políticas diferentes.
Con esta noticia, el futuro de la Venezuela “bolivariana” se ve incierto; y el del régimen cubano, que sobrevive gracias a los diez millones de dólares en petróleo que suministra diariamente Chávez, no lo es menos.