LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Un ex funcionario, ya jubilado, me cuenta una anécdota de sus tiempos de Vice director de una hilandería en La Habana, especializada en confeccionar toallas y cortinas. Su historia es una muestra inequívoca de cómo lo errores del burocratismo han dejado escapar, como agua en terreno baldío, un sinfín de recursos económicos, muy difíciles de cuantificar.
Cuenta el ex dirigente que a principio de los años noventa, Cuba compró a Suiza una hilandería con sistema computarizado, que sustituiría el trabajo de cincuenta y dos pequeñas hilanderías diseminadas por todo el país, con el vetusto método de lanzaderas, de roturas continuas y muy complicado a la hora de determinar el lugar donde el hilo había cedido.
A través de aquella computadora se podía ubicar, con total exactitud, el campo y la línea donde ocurría la rotura. Además, contaba con un programa de diseño para más de cien modelos de toallas, fundas, cortinas y edredones, figuras, colores y combinaciones, y con un número significativo de mejorías en la eficiencia y la rentabilidad de la empresa, cuando estuviera funcionando.
En un almacén de las afueras de la ciudad se guardaron las estructuras, el tejado, las máquinas y los accesorios de la futura fábrica. El Ministerio de la Industria Ligera determinó que enviar un personal a Suiza, para su capacitación, era más rentable que contratar los servicios de técnicos suizos para el montaje y la instalación. Sin embargo, quienes realizaron el viaje al extranjero fueron el director y el vice-director de la empresa, que no aprendieron nada.
El director se hospedó en la residencia de un ingeniero suizo, que se hizo su amigo y le mostró las bellezas patrimoniales del país. Luego trajo a Cuba álbumes de fotos y mucha nostalgia por la nieve, la buena comida y el buen vino. El vice-director fue hospedado en un hotel. Y contó a su regreso que lo pasearon una sola vez por las afueras de la fábrica, a la cual ni siquiera entró. Eso sí, le recalcaron varias veces que si la computadora mostraba algún fallo, había que traerla a arreglar a Suiza. Que por nada del mundo se les ocurriera tocarla.
A su regreso a Cuba, el día previsto para el inicio de las obras de montaje, ambos dirigentes confesaron a sus superiores que de todas formas era imprescindible la contratación de los técnicos suizos.
Cuando llegaron los suizos, al mes siguiente, de jefe venía el mismo ingeniero que hospedó en su casa al director, quien confesó que conocían de antemano la costumbre de los dirigentes cubanos de agenciarse ellos mismos los viajes, en lugar de enviar obreros que debían verdaderamente capacitarse. Por eso no perdieron tiempo en adiestrarlos. Siempre supieron que al final iban a necesitar que ellos viajaran a la Isla. Volvieron a recalcar que si la computadora presentaba algún desperfecto, por favor, no la tocaran. Debían enviarla a Suiza para revisarla.