LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – El hombre se sometió a varios análisis ordenados por el médico del Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología. Días después, regresó a la consulta para conocer el resultado. El oncólogo le puso tratamiento e indicó una dieta especial. Para poder comprar los alimentos, necesitaba un certificado con el cuño del hospital y la firma del director u otro funcionario de peso. Recogería el papel en diez días.
El hombre pensó que el siguiente trámite sería en la Oficina del Registro de Consumidores (OFICODA), pero allí le orientaron dirigirse al consultorio médico, ya que este era el autorizado para darle curso a la dieta.
El hombre no comprendía. Si el médico de la familia no conocía su caso, ¿cómo podía saber si necesitaba alimentarse mejor? De todos modos, hizo la cola y le entregó el certificado. Entonces, el doctor de la posta médica le dijo que regresara a recoger la dieta la semana siguiente.
Cuando regresó, después de volver a hacer la cola, nada se había hecho porque su historia clínica no aparecía. Primero pensó no volver al consultorio, pero no podía perder la dieta, que le permitiría reforzar su alimentación deficiente. Tuvo que, prácticamente, perseguir al médico, que al fin, le construyó una historia nueva. Pero todavía se necesitaba la firma del director de la policlínica, así que tendría que volver la próxima semana.
Al cabo de un mes de idas y venidas, el hombre, con su dieta legalizada, regresó a la OFICODA para asentarla en la libreta de racionamiento. Allí le entregaron un vale para la leche y otro para el pollo, que debía comprar en la bodega piloto por ser el primer mes de la dieta.
El hombre rezaba para que lo que pudiera comprar a través de la dieta, justificara tantas molestias. Soñó con una canasta sustanciosa que le permitiera alimentarse bien. La empleada de la bodega lo sacó de dudas.
-No te embulles, con la dieta que te autorizaron sólo puedes comprar mensualmente una libra de pollo, un kilogramo de leche entera en polvo y diez libras de plátano burro, y si te pones de suerte, alguna vez te tocarán diez libras de malanga.