PINAR DEL RÍO, Cuba, noviembre (www.cubaet.org) – Estamos en 2011 y después de más de cincuenta años tratando, la meta parece inalcanzable: El sueño socialista de crear al “hombre nuevo” jamás se realizará. El fracaso se aprecia día a día, en esta ciudad y en todo el país, al ver como se comportan nuestros jóvenes.
Cayó la tarde y después de la lluvia quedaba un gran charco de agua mezclada con sangre a un costado del área festiva ubicada en el reparto Hermanos Cruz de esta ciudad. La noche anterior, en medio de la fiesta, un grupo de jóvenes había atacado a un muchacho. Lo golpearon y apuñalaron. Casi muere, los médicos no pudieron salvarle un ojo.
Cerca del local conocido como Café Pinar, un hombre que pasaba en auto acompañado de su esposa fue atacado por un grupo de jóvenes que salían embriagados del sitio. Ninguno de los atacantes conocía a la víctima, ni hubo motivo alguno para provocar la agresión. Lo atacaron por gusto, un acto de odio al azar.
Eso es lo que salió del experimento socialista para crear al hombre nuevo. Futuro incierto y presente sin oportunidades, una fórmula letal. Varias generaciones han perdido su juventud y sus esperanzas durante este medio siglo de “revolución” y cada vez son más los jóvenes que toman el camino del alcohol y las drogas.
Han crecido escuchando a sus abuelos y padres contar la historia de medio siglo de calamidades, prohibiciones y espantoso control. Viven un presente huérfano de aspiraciones, y, viendo a sus mayores, esperan estancados la llegada de una vejez inevitable, que los sorprenderá sin haber cumplido ningún sueño. Quizás sin haberlo siquiera tenido.
Ser joven en Cuba parece más un castigo que un privilegio. La edad de oro no se disfruta, se sufre, se pierde entre la miseria, el hastío y las consignas de un sistema que se niega a aceptar su final. Contra toda lógica, un grupo de viejos sigue empeñado en mantener el mando, sin dar cabida a ideas frescas, sin escuchar a la juventud.
En medio de la propaganda vacía, de la pérdida del rumbo, los jóvenes se enajenan, huyen como puede, física o mentalmente, van a la cárcel o a la muerte.
Los que crecimos en este desastre llamado revolución y ya somos viejos, no perdemos la añoranza por la juventud que también nos fue arrebatada, y ya no podremos recuperar. La frustración se quedó para siempre como nuestra compañera de viaje.