LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – A pesar de que Cuba alberga demasiados generales vivos, nos legaron otro más y lo situaron a la entrada de la bahía habanera, de espaldas al Castillo del Morro. Allí permanece, en bronce, mientras desenvaina su espada en posición amenazante.
Contrasta su figura en negro con la clara luminosidad del cielo azul, y hasta parece un fantasma en medio de nuestros resplandecientes atardeceres. Los que se sientan en el muro del Malecón se preguntan quién es ese militar desconocido y qué hace allí, en un sitio donde tantos se hablan de amor.
Fue Hugo Chávez quien, el 14 de junio de 2007, donó una escultura de su coterráneo, el general Francisco de Miranda (1750-1816), para que permaneciera en La Habana.
El día de la inauguración, Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, pidió que nos inclináramos todos ante el general y dijéramos: Generalísimo, has vuelto.
Pero, ¿qué representa para Cuba Francisco de Miranda, enviado a La Habana en 1780 como capitán del Regimiento de Aragón? Fue tan breve su estancia en nuestro país, como lamentable para él, porque al poco tiempo de su llegada las autoridades españolas, que presumían de poseer el puerto mejor protegido de la América española, lo acusaron de facilitar información de las defensas militares de la ciudad al gobierno británico. De Miranda, lejos de enfrentar la acusación, logró salir de la isla como polizonte en un barco que zarpaba hacia Europa.
Más tarde, obsesionado con los viajes y la vida militar, llega a Rusia, se entrevista con Catalina II la Grande, y le pide permiso para vestir el uniforme del ejército de ese país. Pero luego prefiere el de Francia, donde alcanza el grado de general. “Aquel Quijote, pero cuerdo”, como lo llamó Napoleón, nuevamente tiene que escapar, esta vez de París, al ser declarado enemigo de los jacobinos. Su aciaga vida finaliza de la peor manera en Venezuela, a donde llegó en 1810.
En primer lugar, es conocido su gran fracaso militar como General en Jefe en Puerto Cabello, y sus desavenencias con Simón Bolívar. Por último, después de aceptar la firma de una capitulación, es acusado de dictador por los realistas, y en los momentos que intenta huir al extranjero, es apresado por los propios revolucionarios venezolanos y llevado a prisión. Allí murió al cabo de seis años y fue enterrado en una fosa común.