LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Era el mes de mayo de 1860. Por el sur de Sicilia desembarcaban los rebeldes al mando de Garibaldi. El monarca Francisco I se tambaleaba en su trono napolitano. La revolución burguesa llegaba, por fin, al sur de Italia, regido por la tradición medieval y el poder de príncipes locales, antecesores directos de los Padrinos y la Mafia.
Cien años después, un escritor, descendiente de una de aquellas familias de la nobleza, Giuseppe Tomassi De Lampedusa, compuso su única novela, titulada El Gatopardo. Comenzó a escribirla justo en el momento en que el dictador populista Juan Domingo Perón era derrocado en Argentina. La concluyó al tiempo en que el futuro dictador Fidel Castro comenzaba su ascenso a las montañas del oriente cubano.
En un momento de la mencionada narración, el protagonista, príncipe Salina, recibe la apresurada visita de su sobrino Tancredi. El príncipe lo recrimina porque va a unirse a los garibaldinos en contra de la corona. Tancredi le responde: “Si allí no estamos también nosotros, esos te imponen la república. Si queremos que todo siga tal cual está, es preciso que todo cambie”.
Esa frase, analizada a la luz de las actuales circunstancias de Cuba, cobra un significado revelador. Con la huida de Batista y el ascenso de Castro al poder, salimos de una dictadura para entrar en otra. Sin duda todo cambió, los cimientos socioeconómicos del país fueron removidos, pero al final todo ha quedado tal cual estaba, o aún peor.
Aquellos guerrilleros se convirtieron en la monarquía verde olivo, reproduciendo el esquema de poder que pretendieron revocar. Más de medio siglo después, esa monarquía se ha visto obligada a propiciar transformaciones de índole económica. Su amor al poder absoluto es semejante al de aquellos nobles italianos que la nueva burguesía desplazó del mando.
Sin embargo, el poder económico acumulado por los viejos generales les va a permitir a éstos transferir el trono a sus descendientes. Con tal objetivo, están pariendo a la nueva burguesía con disfraz gerencial. De manera gradual, la caricatura aperturista del raulismo ha ido conformando las bases para legitimar a esa “nueva clase” dentro del futuro orden político y económico.
En cuanto a los cubanos de a pie, está claro que serán víctimas de otra gran estafa. Los primeros capítulos de este “cambio fraude”, al decir del preclaro Payá Sardiñas, han transcurrido lentamente. La muerte de Chávez, y la poca disposición que la Comunidad Económica Europea parece mostrar, a favor de modificar su posición común, pudieran acelerar el proceso.
Con una terapia de choque, bendecida por el próximo congreso de la oficialista CTC, se impondrá una versión más abierta y criolla del totalitarismo de mercado. El nuevo Código del Trabajo legitimará la danza cómplice del lobo y la caperucita ex- roja. Un creciente y bien fundamentado rumor anuncia más despidos para los próximos meses. Tal parece que esta metodología de la amenaza, el chantaje y el despido cíclico, se ha ido convirtiendo en una herramienta de poder. La represión política se está aplicando camuflada con mecanismos de índole económica.
El ejército ha puesto en escena a una nueva generación de cuellos blancos, mientras los “históricos” se irán retirando con sus grados intactos. Desde los palcos, presenciarán el modo en que sus herederos cobran la gran tajada, al tiempo que el pueblo pelea por las migajas de bienestar.
Si la cosa se pone difícil, estarán listas las tropas de choque para reprimir a los inconformes. En días como estos, Tancredi, el nuevo gerente, hubiera afirmado: “Si queremos que todo quede como está, es necesario que todo cambie”. Y hubiese añadido con cinismo: “Y después será distinto, pero peor”.