LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – A finales de la década de los 80, el gobierno cubano puso en práctica una operación comercial, que emulaba a los alquimistas que pretendían convertir el plomo en oro, buscando la piedra filosofal. Los Castro obraron el milagro de desvalijar a su pueblo, cambiándole el metal precioso por cachivaches de primera necesidad y electrodomésticos pasados de moda.
El descarado asalto devino escándalo cuando los cubanos descubrieron que lo máximo que podían recibir por todos sus diamantes era un automóvil ruso de pésima calidad. En lo adelante, el Estado recurrió a trampas menos evidentes, para paliar sus recurrentes crisis económicas.
Ahora que los vaivenes de la economía mundial han disparado los precios del oro, y los analistas recomiendan acudir al metal dorado como una inversión segura, la administración de Raúl Castro incluyó entre sus lineamientos partidistas, la reanimación de la explotación de viejos yacimientos de oro; algo que resulta muy costoso, y un enigma a largo plazo.
Paralelamente, han aparecido grupos de “negociantes” que, aunque se proclaman particulares, están integrados por individuos vinculados al régimen, y actúan bajo estricto régimen militar.
Van casa por casa, proponiendo la compra de todo tipo de joyas a los desinformados y necesitados cubanos. El gramo de oro de 18 quilates, por ejemplo, lo compran a diez dólares, cuando en el mercado internacional su precio de venta oscila entre treinta y casi cincuenta, dependiendo del país. Ante la apremiante necesidad, no pocos cubanos se deshacen del oro que aún les queda, casi siempre antigüedades heredadas de anteriores generaciones. Sin contar que, en algunos casos, se trata de piezas de altísimo valor agregado por ser antiguas obras de arte.
Los cubanos están maniatados, en franca desventaja cuando de hacer negocios se trata. Al cubano promedio le es casi imposible vender directamente en el extranjero o establecer vínculos comerciales con extranjeros, ya que las barreras legales y aduanales que impone el gobierno, son infranqueables. Además, no tienen permitido viajar libremente al extranjero y, para mayor desventaja, son pocos los que tienen acceso a internet.
Sin embargo, no es esta la realidad para todos. Los hijos de algunos funcionarios, y otros allegados al régimen, sí gozan de esos privilegios, entran y salen libremente, mantienen contactos en el extranjero y muchos tienen negocios de antigüedades fuera de la isla.
También llama la atención los lazos familiares de algunos de estos nuevos mercaderes con cubanos cooperantes en Venezuela y otras naciones de Suramérica. Y a nivel macro económico, el incremento de la colaboración estatal con naciones de gran producción de oro y otros metales preciosos.
Uno de estos individuos dedicados a la compra de oro a domicilio, que no suele ostentar su riqueza, como los anticuarios tradicionales, me confió entusiasmado que “el futuro está en el oro”.