LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -Para casi nadie es un secreto que el deporte cubano no atraviesa por un buen momento. Ya hace cuatro años, en la olimpiada de Beijing 2008, los deportistas de la isla archivaron la peor actuación en esas citas mundiales durante los últimos 40 años. Y ahora en los juegos de Londres el panorama tampoco se presenta muy alentador: ningún deporte colectivo clasificó para esa competencia, y en las justas individuales los cubanos enfrentarán a rivales que, en general, han logrado mejores actuaciones que ellos en la etapa preolímpica.
El béisbol, nuestro deporte nacional, no forma parte ya del calendario olímpico, mas no por ello sus deficiencias dejan de inquietar a las autoridades deportivas. Con independencia de que nuestros peloteros ganen o pierdan los torneos internacionales que celebran, es innegable que ya no muestran la supremacía de antes, e incluso en muchas ocasiones parecen inferiores a sus adversarios. Los pitchers cubanos son bateados cada vez con más facilidad, mientras que nuestros bateadores no producen lo suficiente al enfrentarse a lanzadores foráneos con más recursos en sus envíos.
Ante semejantes insuficiencias de los deportistas cubanos se esgrimen las más disímiles justificaciones. Que si nuestros atletas no entrenan adecuadamente; que si se ven afectados por la falta de topes internacionales; o que si la carencia de presupuesto ha obligado a cancelar competencias nacionales que les servirían de preparación. En el caso específico del béisbol, las culpas casi siempre apuntan a equivocaciones del manager; a la mala selección de los jugadores para el equipo nacional; o a la no existencia de un campeonato interno más selectivo, que cuente con menos equipos, y por tanto eleve la calidad de los peloteros que logren participar en el certamen. Sin desconocer los argumentos anteriores, un análisis objetivo no puede desvincular los descalabros que afronta el deporte cubano de la obsoleta política migratoria que aplican los gobernantes de la isla.
Me refiero, en particular, a la vigencia del anacrónico concepto de “salida definitiva del país”, el cual prácticamente priva de los derechos de ciudadanía a aquellas personas que se radiquen de un modo permanente en otro país, violándose así la prerrogativa que debe de asistirle a todos los nacidos en una nación: entrar y salir libremente de ella. Resulta incalculable la cantidad de talentos, en todas las esferas de la actividad humana, que ha perdido Cuba por esa arbitraria y errónea política. Porque son personas que, tras brillar en el exterior, podrían regresar a la isla y contribuir al progreso de nuestra patria.
En lo concerniente al deporte, la modificación de la política migratoria posibilitaría además que los mejores deportistas cubanos puedan desempeñarse en el exterior, y después, en las grandes competencias internacionales, representar los colores nacionales. Eso hacen, en otros contextos, los Messi, Ronaldo, y otros estelares del fútbol mundial. Otro ejemplo reciente: el equipo puertorriqueño que enfrentó a los cubanos en la última semana beisbolera de Haarlem, en Holanda, contó con varios peloteros que habían jugado en las ligas menores del béisbol profesional de Estados Unidos, y ahora tributaban sus experiencias a la selección nacional de la isla caribeña.
Los gobernantes cubanos, en cambio, intentan resolver el problema con una terquedad proverbial, ajena por completo a los tiempos que corren. Vigilan a los deportistas; en ocasiones no llevan al exterior a los que consideran candidatos a la deserción, e ignoran las actuaciones exitosas de los atletas cubanos que, contra viento y marea, deciden labrarse por sí solos su futuro en otras tierras. Sin embargo, todo ha sido en vano: cada vez es mayor el flujo unidireccional que desangra al deporte cubano.
Entonces una nueva política migratoria, de la que tanto se habla y no acaba de llegar, podría también sentar las bases para una paulatina recuperación de nuestro deporte.