LA HABANA, Cuba, agosto, 173.203.82.38 -“La vida es bella”, proclama un mensaje que circula por Internet firmado por un tal Manolín -¿el Médico de la Salsa?- a propósito del anunciado concierto de Pablo Milanés en Miami, el 27 de agosto en el American Airlines Arena.
“La vida es bella”. Lo dice hasta el título de una película. De acuerdo. Lo sabemos. Es bella. ¿Y? ¿Dejaría de serlo si el querido Pablo no canta en Miami? Porque a juzgar por el apasionamiento bastante cursi de Manolín, es como si de ello dependiera la supervivencia de la nación cubana. Ya se sabe que los cubanos nos creemos que nuestra islita y su diáspora son el ombligo del mundo.
Imagina Manolín cuán heroico y conmovedor que una muchacha cubana de Miami -inmigrante por motivos económicos, no faltaba más- deje por una noche de menearse con el reguetón para asistir al concierto de Pablo, en franco desafío a los intolerantes de Vigilia Mambisa que piquetearán sin falta en las afueras del teatro. La muchacha, tan solo escuche en boca del cantor “esto no puede ser no más que una canción de amor”, llamará por el IPhone a su mamá en La Habana para cantar juntas “eternamente, Yolanda…” y evocar aquellos tiempos felices a pesar del hambre, los apagones, las guaguas llenas y los chivatazos del CDR, que para ella dejaron de ser eternos porque puso 90 millas de agua por el medio y se limpia la conciencia con una remesa en dólares cada varios meses.
El concierto de Pablo Milanés, el nuevo episodio de la saga entre los extremistas de ambos bandos, que aprovechan cualquier pretexto para asumir el rol que nadie les concedió de guardianes de la patria, alcanza niveles delirantes. Demasiado apasionamiento y exageración. En el fondo, ni siquiera son sinceras las poses de amor o el berrinche. Ninguna de los dos. Todo es politiquería y patrioterismo. Y business as usual.
Lo pienso dos veces antes de meterme en la trifulca. Primero que todo, porque temo ser imparcial: confieso que me encantan las canciones de Pablo Milanés. Segundo, porque no vale la pena involucrarse. El concierto de Pablo Milanés en Miami no va a lograr la reconciliación nacional ni mucho menos, como tampoco lo consiguió hace dos años la payasada de Juanes y otros pelafustanes en la Plaza de la Revolución. La reconciliación de los cubanos requiere muchísimos ingredientes más que bellas canciones.
Muchos no le perdonarán su pasado como cantor oficial de la corte verde olivo, pero nadie podrá negar que Pablo Milanés es un cantautor de primera, cuya música inevitablemente integra la banda sonora de la vida de los cubanos de los últimos 40 y tantos años. Siquiera por haber compuesto “Para vivir”, merece que se le disculpe haber escrito -por encargo ya se sabe de quienes- aquella pendejada de hundirse en el mar antes que renunciar “a la gloria que se ha vivido”.
Después de todo, en los últimos 20 años, Pablo Milanés, como todos los cubanos excepto los Máximos Mandamases, ha cambiado bastante. Ahora en sus textos y sus declaraciones, suele ser amargamente crítico. Al respecto, a los que se animen a asistir al concierto del 27 de agosto, si es que no lo suspenden, les recomiendo poner asunto a la letra de “Los días de gloria”, donde confiesa haber perdido la yagruma, el colibrí y la guitarra. Sé que muchos han perdido más, pero, ¿acaso el revanchismo puede devolver lo perdido?
A algunos en Miami les molestarán mucho los carteles de promoción del concierto de Pablo Milanés en las paradas de ómnibus. Están en su derecho a indignarse, pero escogieron vivir en un país democrático. Sólo les queda no asistir al concierto, piquetear en contra y confiar en que el American Airlines Arena resulte demasiado grande y Pablo Milanés y los promotores de su concierto hagan el papelazo de no conseguir llenarlo.
De cualquier modo, mucho más ridículo es acusar de agente de la Seguridad del Estado a alguien que solamente es, gústeles o no, un excelente cantante. Se los aseguro yo, que desgraciadamente he tenido que tratar, en disímiles circunstancias, ninguna de ellas agradables, con demasiados de dichos agentes, ninguno con guitarra ni dotes particulares para el canto. Modestamente, eso me da cierto derecho a opinar desde aquí y a aconsejar a los come-candela de allá que dejen la tontería y el aspaviento inútil. Que reserven energía para mejor causa. La van a necesitar.