LA HABANA, Cuba, agosto, 173.203.82.38 -Ya que en Cuba, como en la retina del borracho, todo se refleja doble, y a veces triple o hasta múltiple, no podría reflejarse de otro modo nuestra percepción sobre el actual proceso de cambios o reformas o ajustes, según como prefiera mirarlo el borracho que cada uno de nosotros lleva en sus retinas.
Negar en absoluto que algo ha estado cambiando en la Isla en estos últimos tiempos podría ser tan peregrino, aunque no tan ridículo, como dar la razón a los caciques cuando anuncian que está en marcha la modernización del socialismo.
Son las dos caras extremas de la lupa. Pero entre uno y otro enfoque se aprecian diversos matices. Desde los que aceptan la probable ocurrencia de algún cambio, alegando que son tímidos e insuficientes, o los que precisan que no llegan a ser cambios porque se quedan en operaciones cosméticas, hasta los quejosos con los cambios porque, dicen, son como piruetas de un trapecista ciego.
Todos no tienen la razón, obviamente. Pero tal vez ninguno la tenga, y eso ya sería menos obvio. Por más que ninguno acepte estar equivocado. Y con su derecho, pues se han dado aquí determinadas circunstancias que parecen facultar a cada uno de nosotros para que sea el único juez de su propia experiencia.
La irracional tozudez de nuestros caciques, renuentes a poner punto final a su capítulo en la historia, aun cuando la historia ya lo puso, es algo que se está volviendo no sólo contra ellos, como era de esperar, sino contra la historia misma.
Al tejer y destejer “ajustes” que no lo son, inventándose argumentos que el curso diario de la vida echa por tierra, el verdadero propósito del régimen -y su disyuntiva por demás- ha sido querer dar la impresión de que algo se mueve en la Isla, luego del catastrófico inmovilismo en que nos mantuvo durante décadas.
Y es verdad, algo se mueve, sólo que en sentido contrario al que suelen moverse los procesos económicos y sociopolíticos digamos normales. Vamos para atrás, contra natura, pisándonos la sombra, pero es indudable que tal movimiento implica un cambio. Incluso no será el único, ni el más provechoso a la postre.
Al pretender hacer trizas la dialéctica, el régimen está consiguiendo, aun sin quererlo, confirmar la incorruptibilidad de esta premisa clásica (y también marxista, por conducto de los clásicos): La reculada contra el inmovilismo como un choque de opuestos que buscan mejorar chocando, no muestra sino la evidencia de que ambos agotaron sus posibilidades de regeneración y que no habrá mejoría si no se estrellan juntos, dejando el espacio libre para un nuevo proceso.
Esa evidencia, más que implicar un desenlace de cambios más o menos inmediatos -aunque lo implica-, induce ante todo, sobre todo, a una renovación en la forma de valorar y asumir el fenómeno por parte de quienes lo sufrimos directamente.
Y es justo en esa renovación de nuestros enfoques, que ya no tiene vuelta atrás, por ser fruto de la dialéctica, donde se origina hoy aquí un cambio sustancial.
Todos los cubanos, desde el izquierdista comecandela hasta el más frío de los apolíticos, desde el opositor de a pecho descubierto hasta la recua sinfín de simuladores, oportunistas y aprovechados del statu quo, todos, sin excepción, concuerdan en que la situación del país debe cambiar. Y no sólo en el plano económico.
Esto es algo nuevo, y aún más, inédito en nuestra historia del último medio siglo.
Bien visto entonces, está resultando afortunada para nosotros la falta de voluntad (pero también de alternativas) que exhiben los caciques a la hora de introducir aquí auténticas reformas. Su pícara manera de no cambiar es el mejor cambio que han podido dispensarnos. Gracias a ello, todos aquí hemos cambiado un poco. Y no importa que sea de distintas maneras. Al contrario. Nuestra ya vieja y previsible bipolaridad también estaba pidiendo a gritos ser reformada.
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