LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Hace algún tiempo, a Fidel Castro se le ocurrió ordenar que la población cubana recibiera los paquetes de café, habitualmente normados por la cartilla de racionamiento, con el cien por ciento del producto puro. Durante décadas había venido mezclado desde la torrefactora, con un alto por ciento de chícharo o de cualquier otra cosa.
Era la época en que el precio de ese producto estaba deprimido en el mercado internacional. La Isla descuidó durante años sus potencialidades como productora-exportadora del grano. Ello trajo aparejado el aumento de las cifras de importación de ese renglón para cubrir la demanda interna.
Un buen día, los precios del café aumentaron en el mercado, y se acabó la “luna de miel”. Raúl Castro ordenó el retorno al “café mezclado con chícharo”, del cual los cubanos dicen que es “chícharo con una gota de café”.
También hace algunos años, fueron abiertos, en distintos puntos de la calle 23, en el Vedado y en otros sitios de la capital cubana, los denominados Cafés Literarios. Estos eran concebidos, según se dijo, como espacios para la promoción del libro y la literatura, y para la venta de café elaborado en distintos modos.
Uno de estos puntos es el Café G, que se ubica exactamente en la esquina de la calle G, o Avenida de los Presidentes. Allí el café se oferta en distintas variantes. También se reúnen allí desde estudiantes hasta vagos habituales.
Al igual que sucede hoy con la llevada y traída moringa, la idea de crear estos sitios surgió a partir de un par de frases dichas por Fidel Castro, a propósito de las bondades del referido brebaje.
Los lugares con asistencia de grupos de personas también son espacios propicios para la pluralidad y el intercambio de ideas. Eso lo tuvieron en cuenta siempre los gobernantes cubanos y su sistema de vigilancia. Así los “cafés literarios” han sido, desde su surgimiento, termómetros indicadores del estado de opinión popular.
Con un poco de suerte, se puede adquirir a escondidas un paquete de buen tamaño, de los que son provistos estos Cafés Literarios o los puntos de venta de Café Express. El precio del paquete (en bolsa negra) suele superar los cinco o seis CUC y la calidad es más aceptable con respecto a la de los paquetes normados por la cartilla de racionamiento.
Hay quien sabe que el café que se vende en estos lugares trae un componente menor de mezcla con chícharo. Suele decirse que sus maquinas-cafeteras no admiten el café adulterado.
Es muy común observar en algunos puntos, como el de la calle 23, frente a la depauperada heladería “Coppelia”, a una sucesión de personas de los más diversos orígenes y modos de vida o sobrevida. Este pequeño puesto de expendio de Café Express está colocado al lado de otro donde se oferta una versión local del clásico hot dog” o perro caliente. En ocasiones las filas o colas de ambos sitios se confunden. Sin embargo, para quien es habitual, resulta fácil discernir entre los clients de uno y otro. Son gente diferente.
En la cola del Café Express están combinados los diversos niveles de lo que se perfila como la sociedad cubana “post-reforma”. En especial acuden muchos cuya única opción energética, para despertar o ir a dormir con algo en el estomago, es esa taza de café. Un peso en moneda nacional (cinco centavos de dólar) hace la diferencia entre la depresión y la ilusión de un pan para mañana. Otros clientes habituales son los custodios que hacen su turno de madrugada, casi siempre personas mayores. También pasa por allí gente joven que intenta mantenerse despierta para seguir rumbo a la dura lucha por los oscuros senderos de la noche habanera.
Igualmente hace acto de presencia en esos sitios un creciente elenco de mendigos y perturbados mentales. En una noche de sábado, es perceptible la diferencia entre el olor de los perfumes de ocasión, del lado de la cola para el hot dog, y los distintos hedores de quienes el gobierno llama eufemísticamente “deambulantes”, que aguardan para tomarse su dosis de café. Un joven y su novia, ambos vestidos a la moda, disfrutan de sus respectivos perros calientes. Casi al lado de ellos, un anciano harapiento y con demencia senil, se toma su café mientras un chorro incontenible de orine se le escapa, empapando el pantalón y el piso. A nadie parece importarle.