LA HABANA, Cuba, noviembre (173.203.82.38) – En el Vedado, las posibilidades de ser salpicado con excremento se multiplican por día. Bacallao, un jubilado de 68 años que reside en la barriada del Carmelo, después de visitar al urólogo en la policlínica de 15 y 18 y recibir la agradable noticia de que su próstata funciona como Dios manda, se encaminó a la calle 13 en busca de una panadería localizada en las cercanías.
Marchaba por el centro de la calle (en La Habana ya nadie camina por la acera), y de pronto escuchó un fuerte bramido que procedía de las entrañas de la tierra. Presa del pánico se detuvo, y de súbito, un chorro de aguas albañales saltó desde una cloaca y lo empapó de arriba abajo. Bacallao corrió a su casa, y desde hace una semana no le alcanzan el jabón y el agua para librarse de la peste impregnada por el baño de mierda.
Con las obstrucciones de las cañerías surgen, bruscas, las aguas albañales, como riachuelos que inundan las calles; los carros salpican a los transeúntes, y hay que saltar sobre los charcos de porquería. La peste se torna insoportable y los camiones-bombas de la empresa Aguas de la Habana tardan semanas en destupir las redes, porque según los fontaneros, no cuentan con suficiente técnica para atender la ciudad.
Pero el mayor peligro gravita en que se pueden contaminar las conductoras de agua potable. “Estas tupiciones ocurren cíclicamente debido a la densidad poblacional -explica el ingeniero Vázquez, entendido en la materia-; en el año 1959 la ciudad de La Habana tenía una población de alrededor de 800 mil personas, en la actualidad la cifra supera los 2,4 millones, sin embargo, las redes hidráulicas y alcantarillados siguen siendo las mismas”.
En el municipio Cerro continúa activada la zanja real (viejo sistema de alcantarillado del siglo XIX), cuyo cauce evacúa considerables volúmenes de aguas albañales. En sus márgenes se asientan ciudadelas que, con el paso del tiempo crecen y agudizan los riesgos higiénicos epidemiológicos de los pobladores.
Los vecinos de la calle San Pablo relataron que hace cinco años, como consecuencia de las intensas precipitaciones que saturaron la capacidad de evacuación de la zanja, la calle Auditor se inundó Por fortuna, se vino abajo un muro del asilo Santovenia y esto contuvo el desborde de las aguas.
Ahora Bacallao, con una dosis extra de perfume, nos alerta del peligro de transitar por las proximidades de las alcantarillas, y si por casualidad escuchamos un fuerte bramido que brota desde lo profundo de la tierra, corramos, porque detrás seguramente viene un chorro de mierda a agredirnos.