LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Por fin, al cabo de muchos días de intensos rumores y noticias alternativas que apuntaban en ese sentido, el gobierno cubano admitió la existencia de un brote de cólera en la ciudad de La Habana. El primero desde 1883. Esto lo dio a conocer el régimen en una nota informativa publicada el pasado martes en el diario oficialista Granma, la cual posee la curiosa cualidad de ser al mismo tiempo vergonzosa y vergonzante.
Según se expresa en ese material, el “incremento de las enfermedades diarreicas agudas” se detectó el 6 de enero en el Cerro, y a continuación en otros municipios capitalinos. Se reconoce que “un grupo de estos pacientes presentaban síntomas y signos que orientaban etiológicamente a la sospecha de Cólera”. Pero la información definitiva sólo se le dio al pueblo al cabo de más de una semana.
En la referida nota se confirma la existencia de 51 casos, y se atribuye la responsabilidad en la transmisión del vibrión a “un expendedor de alimentos, portador asintomático de la enfermedad, adquirida durante los brotes informados con anterioridad en otras regiones del país”. De modo conveniente, se le achaca —pues— la infección a un trabajador por cuenta propia. Por ende, sucede en este asunto del cólera algo parecido a lo que se anunció en su momento con respecto al virus del VIH-SIDA.
En aquella ocasión, el contagio, según “la historia oficial”, no provino de los innumerables “soldados internacionalistas” que por esos años prestaban sus servicios en el continente africano, cuna del terrible mal. Por el contrario, se le atribuyó esa función a un civil, quien, en aquella época en que la señora Mariela Castro aún no había comenzado su cruzada, era, por más señas, homosexual.
Según se insinuaba, ese señor había contraído la dolencia debido a los pecaminosos contactos íntimos que había realizado en el país que la propaganda castrista señala como única y exclusiva fuente de todas nuestras desventuras: los Estados Unidos de América.
La precisión mostrada por el Ministerio de Salud Pública en el caso del brote habanero de cólera, contrasta de manera notable con la irrupción primigenia de esta enfermedad en la oriental ciudad de Manzanillo. A diferencia de lo que sucede ahora, cuando lo único que faltó fue dar los datos personales del supuesto culpable, en aquella ocasión no se informó por qué vía ni a través de quién llegó el mal. O sea: ni se confirmó ni se desmintió la explicación extraoficial, que atribuía el contagio a médicos cubanos que regresaron de Haití.
En esta oportunidad, en la información gubernamental tampoco se especifica si ha habido o no fallecidos como consecuencia del brote. Aquí también los datos ofrecidos por agencias de prensa independientes y extranjeras contrastan con los oficiales, pues aquéllos sí mencionan, con nombres y apellidos, la existencia de varias víctimas mortales. Una de ellas fue Osvaldo Pino Rodríguez, cuya mamá declaró: “Hay mucha desinformación; nosotros mismos estuvimos todo el tiempo en contacto con él en el hospital sin saber que podía ser cólera”.
Como era de esperar, distintos diplomáticos acreditados en La Habana —según órganos periodísticos internacionales—, “contemplan la posibilidad de emitir advertencias para que sus ciudadanos se abstengan de visitar Cuba”. También “expresaron preocupación de que el gobierno (el de la Isla, por supuesto) no comparta con ellos información en forma oportuna”.
En el ínterin, los capitalinos podemos darnos por satisfechos. Hay insistentes versiones, según las cuales las provincias orientales de Santiago de Cuba, Holguín y Guantánamo, a raíz del paso por ellas del huracán Sandy, sufrieron también brotes de cólera. No obstante, parece ser que el aislamiento de esas zonas fue aprovechado para evitar toda publicidad al respecto. En cualquier caso, el hecho cierto es que este importante tema no ha sido abordado por la prensa gubernamental.
Mientras tanto, los cubanos de a pie, además del dengue, seguiremos soportando esta nueva calamidad que, “gracias a la Revolución”, ha caído sobre nuestra desdichada Patria. Está claro que el Ministerio de Salud Pública es, sin dudas, el gran responsable de la infección, pues es el encargado de evitar que sucedan cosas como ésta. Pero me atrevo a hacer una predicción.
Pese a lo antes señalado, y al igual que pasó con el brote en Manzanillo, es harto probable que, debido al papel que desempeñará el personal de ese organismo en el combate al temible mal, recaigan sobre esa misma entidad las loas que los medios controlados por el régimen, una vez controlada la epidemia, entonarán con gran ardor.