GUANTÁNAMO, Cuba, junio, www.cubanet.org -Estructurada en tres historias, la de León Trotski, la de su asesino, Ramón Mercader, y la de Iván, un escritor cubano contemporáneo, El hombre que amaba a los perros, novela de Leonardo Padura, lo ha convertido en el escritor cubano vivo más mencionado. Gracias a su novela, Trotski ha sido develado para la gran mayoría de los cubanos, sobre todo para las generaciones más jóvenes. No obstante, resulta significativo que pronto a cumplirse 22 años de la desaparición de la URSS, todavía los marxistas cubanos no han hecho público un análisis objetivo de esta personalidad histórica.
Gracias a Dios y a mi abuelo materno, siempre he sido muy desconfiado con respecto a los poderosos y a lo que éstos aseguran sobre la historia y sus políticas. Dios me lo enseñó desde muy joven, al hacer que tal desconfianza fuera un rasgo esencial de mi carácter. Mi abuelo coadyuvó cuando, un lejano día de la década de los años setenta, puso en mis manos aquéllas Selecciones del Readest Digest, que guardaba celosamente en una maleta de cuero. Gracias a una de esas revistas, tuve mi primer encuentro con Trotski, pues, en un artículo, se le mencionaba reiteradamente y se le calificaba como el verdadero ejecutor de la revolución bolchevique, la cual fue ordenada por Lenin en franca violación del principio del centralismo democrático.
Luego, tuve la suerte de leer los artículos que Trotski escribió sobre política, arte y literatura, y desde entonces pienso que Lev Davidovich Bronstein -su verdadero nombre-, además de político extraordinario, fue también un hombre de vasta cultura.
Fundador del Ejército Rojo, Trotski es responsable ante la historia por el establecimiento de una política de terror apenas llegados los bolcheviques al poder, y también por el fusilamiento de los marineros sublevados en la base de Kronstad. Se enfrentó a Stalin, después de la muerte de Lenin, pero entonces Bujarin y Zinoviev apoyaron al georgiano de forma oportunista, pensando que así iban a obtener la confianza de un hombre que, junto a Hítler, Mao, Pol Pot y Heng Sanrím, ha sido uno de los grandes genocidas del siglo XX.
Basada en una investigación que se prolongó por más de tres años, esta novela de Padura viene a cumplir un cometido obviado hasta ahora por los historiadores criollos (pues también recrea la estancia de Ramón Mercader en Cuba), y pone al lector cubano en contacto con una historia poco conocida aquí, y que, según el decir de Raúl Roa Kourí, fue “una perversión monstruosa de aquélla maravillosa clarinada de libertad” que , según él, fue la Revolución de Octubre, expresión de la que disiento en cuanto a lo de “ maravillosa clarinada de libertad”, pues como expuse precedentemente, Lenin violó la disciplina partidista al imponer su punto de vista al de la mayoría.
Aún más, el 25 de noviembre de 1917, al celebrarse en Rusia las primeras elecciones libres en las que participaron varios partidos políticos (y se reconoció a la mujer el derecho a votar), los bolcheviques obtuvieron sólo la cuarta parte de los votos. Al formarse la Asamblea Constituyente, la mayoría de los diputados votó en contra de que se transfiriera todo el poder a los soviets, como pedía Lenin, y éste abandonó el foro. Esta fue la última reunión democrática permitida por los bolcheviques.
Un rato después, el cónclave terminó por orden de Lenin, y al día siguiente, fueron detenidos todos los diputados de la oposición y se instauró una política de terror en todo el país. Éste y no otro es el inicio de esa “perversión monstruosa” a la que se refiere Raúl Roa Kourí, pero se trata de otra historia secuestrada, al menos para los cubanos, quienes todavía creen que Lenin fue quien dirigió el llamado asalto al Palacio de Invierno, porque así aparece en el famoso filme Octubre, de Serguei Eisenstein, cuando en realidad en ese momento Lenin estaba bebiendo cerveza y discutiendo sobre economía política alemana en los cafés de Zurich.
Las tesis que elaboró Lenin para tomar el poder a la fuerza, fueron rechazadas por la mayoría de sus compañeros del partido, quienes llegaron a expresar que el prolongado exilio de Vladimir Ilich había provocado que perdiera conocimiento sobre la realidad de Rusia y los verdaderos intereses del pueblo. Quien tomó el Palacio de Invierno fue Trotski, y tal acción no tuvo nada del halo heroico que transmite el filme de Eisenstein, que ha quedado como una magnífica pieza cinematográfica pero también como una magistral manipulación histórica.
Padura no nos adentra en esos detalles, quizá porque ése no era su objetivo, pero es necesario poner los puntos sobre las íes cuando algunas personas critican al estalinismo, obviando los antecedentes que allanaron su camino. Un nuevo sistema político no puede ser superior al que le antecede si elimina derechos y libertades consagrados por éste y convierte al ser humano en un simple destinatario de sus ucases. Eso lo saben quienes critican al estalinismo sin adentrarse en el análisis de los descomunales errores de Lenin, Trotski y sus adláteres. Ellos también conocen que si exponen toda la verdad hay que manchar la iconografía del santoral marxista- leninista, y no están dispuestos a tirar tan duro de la cadena, al menos mientras no se lo ordenen.