LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – Después de una niñez y juventud agitadas, durante las que realizó disímiles labores manuales, además de ser artillero, obrero metalúrgico y poeta advenedizo, Eduardo Heras León descubrió que su destino era la narrativa.
Su participación en los combates de Playa Girón le permitió escribir su primer libro de cuentos, La guerra tuvo seis nombres. Después publicó Los pasos en la hierba y Acero; en este último recoge sus experiencias entre las maquinarias y los talleres de una fábrica metalúrgica. Todos eran cuentos muy realistas, de acuerdo con la urgencia del momento y la vocación del autor. Ese realismo le deparó algún que otro tropiezo con el oficialismo, algo parecido a lo que le sucedió al trovador Silvio Rodríguez en sus años mozos. Ambos fueron rebeldes en su juventud, pero terminaron amarrados al aparato de poder.
Llegó el momento en que “el chino” Heras intentó escribir una novela ambiciosa, sin dudas autobiográfica, que tratara de la formación de un joven a lo largo del proceso político iniciado en 1959: estudiante, soldado, obrero, y al final escritor. Sin embargo, a medida que acariciaba ese proyecto comprendió que para ser consecuente era menester reflejar, además de las facetas que consideraba positivas de la nueva sociedad, sus lados oscuros, los que no agradan a la oficialidad. Fue entonces cuando el chino renunció a la condición de creador y nos dejó esperando por una novela que nunca llegó.
En los últimos tiempos, ya aceptado plenamente por la cultura oficialista, Heras León se ha dedicado a instruir, a su manera, a las nuevas generaciones de narradores, además de actuar como una especie de árbitro y juez de los cuentos que se escriben en la isla. Participa en eventos y reuniones donde se pronostica la tendencia de la narrativa nacional para los próximos cinco o diez años, como si la creación pudiera medirse igual que los quintales de papa o boniato que se cosecharán.
Es posible que una planificación semejante fuera la causa del rechazo oficial a la obra de Pedro Juan Gutiérrez. Mientras el chino Heras y sus seguidores alentaban una literatura alejada de la realidad, que no tocara la actualidad nacional, no podía verse con buenos ojos la narrativa de un escritor que desnuda en su obra, la dura existencia de ciertos grupos poblacionales, como aquellos que hurgan en los latones de basura para conseguir con qué alimentarse.