LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – Frustración y desconfianza son algunos de los sentimientos expresados por algunas personas que han solicitado licencias para trabajar por cuenta propia.
La idea del gobierno de tratar de paliar la crisis del desempleo estimulando la iniciativa privada, no parece haber tenido la acogida que se deseaba. La gente se muestra escéptica ante las nuevas medidas.
De acuerdo con el criterio de varias personas, a las oficinas habilitadas por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social llegan tantas personas a solicitar sus licencias para trabajar por cuenta propia, como las que acuden a devolverlas poco después de haberlas obtenido, debido a que no pueden pagar los altos costos e impuestos que el gobierno demanda.
“Se pueden ver las dos filas. Unos van a solicitar la licencia y otros a entregarlas porque no ganan lo suficiente, ya que los impuestos son muy altos y la vida está muy cara” -expresó Daniel, un habanero de 48 años.
Sin embargo, los vendedores ambulantes, que hasta hace poco fueron combatidos por policías e inspectores, vuelven a ocupar las calles. Improvisadas mesas en varios sitios de la ciudad, exhiben una discreta variedad de productos. Y otros son escondidos debajo de las mismas, fuera de la vista de los inspectores.
Una vendedora comentó: “Uno no sabe ni lo que puede vender. Mi licencia me permite vender sólo objetos útiles para el hogar. Sin embargo, por vender estropajos de aluminio, ayer los inspectores me pusieron una multa, dicen ellos que simbólica, de 20 pesos. Es como una multa de advertencia. Pero después, uno de ellos me pidió que le regalara un estropajo. Hay cosas que sabemos que no podemos vender, pues no se relacionan con nuestra licencia. Pero otras si, y de cualquier modo nos multan, y si protestas es peor”.
Quienes en Cuba han adquirido una licencia para trabajar por cuenta propia, saben que la buena relación con los inspectores es primordial para la subsistencia de su negocio.
Migdalia, enfermera jubilada con más de treinta años de servicio, recibe un retiro mensual de trescientos pesos, equivalente a doce dólares, y afirma que debe vender lo que pueda para subsistir:
“Estoy enferma y cansada, mi retiro no me alcanza, pero mientras tenga ánimo seguiré luchando. Aquí uno se enfrenta a muchas adversidades y la primera son los inspectores. Algunos trabajan bien, pero otros se aprovechan del puesto que tienen para sacarte algo de lo poquísimo que nos deja el gobierno. Y lo más triste es que se lo tienes que dar”.
Los medios, por su parte, destacan la labor de los trabajadores por cuenta propia como muy positiva. Hace unos días, en una entrevista televisiva a una mujer jubilada, con licencia para vender alimentos ligeros, la periodista le dijo: “Ahora usted puede decir que es dueña de su vida”.
Por su parte, Arturo Rivas, jubilado de 65 años que vende refrescos elaborados con materia prima que compra en moneda convertible, no comparte la opinión de la periodista. No soy dueño de nada. No somos dueños ni de nosotros”.