CIENFUEGOS, Cuba, noviembre, 173.203.82.38 -Nadie pudo profetizar que en Cuba, los coches tirados por caballos estarían de regreso en pleno siglo XXI, no como curiosidad histórica, sino como alternativa de inevitable aplicación.
Luego de miles de años en uso, esta forma de locomoción fue declinando hasta ceder el paso, al parecer definitivamente, a las máquinas de vapor, eléctricas y de combustión.
Los coches tirados por caballos fueron desapareciendo, primero, de las grandes urbes, y de las rurales, con posterioridad. Adentrándonos en el siglo XX, se fue haciendo difícil ver a los equinos tirando de alguna diligencia, calesa, quitrín, o simple carreta. Nuestras calles perdieron el eco de los herrados cascos y comenzaron ahuecarse por el peso de automóviles, guaguas y camiones.
Durante los años 90, con el arribo del llamado “Periodo Especial”, a algún iluminado del castrismo se le ocurrió, ante la falta de combustible y de piezas de repuesto para ómnibus, la “revolucionaria” idea de fomentar el traslado poblacional por medio de coches tirados por caballos. Desde entonces, los cocheros han venido sacándole las castañas del fuego al ministro de transporte de turno.
Poco a poco, fueron apareciendo, traídos de los campos más remotos, caballos moros, alazanes, o caretos, grandes y pequeños, sanguíneos o flemáticos. Y junto a ellos, un ejército de improvisados cocheros, que sin más maña que el afán por ganarse el sustento, amaestraban a las desdichadas bestias, la mayoría de las veces a golpes de garrote o chasqueando látigos de desflecado cuero.
Conozco de alguien que, allá por el año 1993, sintió el llamado, no de Dios, sino de la barriga, y quiso probar. Vendió su motocicleta soviética, marca Bejovina, y con el dinero de la transacción adquirió un penco y un coche. Nunca logró un estatus de cochero legal, la respuesta que siempre le daban era: “se encuentra retenida la emisión de patentes”. Su condición de paria le impedía bregar por las rutas más concurridas de la ciudad de Cienfuegos, así que el costo del herraje, la hierba, los piensos y mieles para la calórica dieta del rocinante, así como el gasto en medicinas y veterinario, le hicieron fracasar.
La experiencia de mi amigo no es excepcional. A diario, recorren nuestras calles cocheros clandestinos, hacedores de los trucos más creativos, en busca de burlar a esa leyenda negra que en la Isla llaman “inspectores integrales”.
El inspector es una suerte de funcionario robotizado, con delirios de policía, generalmente un ser abyecto e insensible. Aunque su función es velar porque se cumplan las reglas del juego que imponen disímiles entidades a los cocheros, la verdad es que sólo sirven para hostigar, extorsinar y lucrar con el esfuerzo ajeno. Cochear ilegalmente supone enfrentarlos, exponerse a ser penado con severas multas o al decomiso del coche y el animal.
Por estos días, en Cienfuegos, ciudad donde resido, fuerzas combinadas de la Policía Nacional Revolucionaria, Inspectores integrales y funcionarios de la oficina del Registro Pecuario, están imbuidos en un mega operativo dirigido a “confrontar la actividad del cocheo illegal”. Desde ya, les auguro una batalla perdida. Los cocheros cienfuegueros están muy bien entrenados en tácticas de resistencia, conforman una suerte de hermandad cuyo denominador común que les une es la necesidad.