LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – Parece que el aluvión de desempleo que nos está cayendo arriba a los cubanos no se detendrá ni aun ante ciertas instituciones insignias del poder, como el contingente Blas Roca, que bajo el camuflaje de empresa constructora, ha estado actuando en la práctica como un similar de los Guardianes de la Revolución en Irán, o sea, como un ejército paramilitar destinado a la protección del régimen ante cualquier ciudadano o grupo que reniegue de sus dogmas.
Según comenta vox populi, están siendo reducidas las filas de este contingente. Cuentan que algunos de sus enclaves –distribuidos a lo largo de la Isla- serán desmantelados, y que los miembros han de volver a sus lugares de origen, generalmente en el interior, y en particular las provincias orientales.
Sería raro, en caso de que sea cierto, pues, desde que fue creada por el propio Fidel Castro, hace unos 20 años, esta fuerza ha constituido el caballo de batalla del régimen a la hora de enfrentar a la oposición interna. Expertos en mítines de repudio y en palizas callejeras, los pretorianos del Blas Roca han hecho posible que el ejército regular y la policía no tengan necesidad de participar en las acciones de atropello contra ciudadanos desarmados e indefensos.
Bajo el disfraz de “pueblo enardecido contra los enemigos de la revolución”, les ha tocado ocuparse de la tarea sucia. Y por eso es extraño que a ellos también les apliquen el paro.
Extraño, pero no sorprendente, visto ya que las plantillas infladas y la improductividad no son el mal en sí, sino el síntoma, digamos la fiebre que refleja el descalabro general del régimen, que es el padecimiento infeccioso y sin cura.
El contingente Blas Roca posee decenas de miles de miembros, que reciben tratamiento especial al estilo de los esclavos gladiadores de Roma: alimentación diferenciada y albergue gratuitos, salarios por encima de la media, más un conjunto de estímulos materiales que no están al alcance del trabajador común.
Representa una carga muy gravosa para la economía. Así que su diezma, e incluso su desintegración total, es lo más lógico que podría ocurrir en un proceso de recortes como el actual, que está regido, dicen, por el pragmatismo militarista.
Veremos en qué medida van a recortarlo, si es que lo recortan. Pero aun cuando lo hagan, podemos estar seguros de antemano que no porque sean menos, dejarán de ser los mismos de siempre: insuficientes para construir y sobrantes para apalear a la gente.
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