LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -Son varios los tópicos que ameritan un comentario en el ya famoso encuentro de Fidel Castro con un grupo de intelectuales de izquierda, como parte de las actividades previas a la Feria del Libro. Las angustias de la argentina Stella Calloni por una posible intervención de potencias extranjeras en Siria (pero no dijo nada de los crímenes de Bashar Al-Assad); o la cantaleta de Miguel Bonasso para que los ingleses abandonen las Malvinas; o las palabras de Frei Betto, quien para no ser menos que Eduardo Galeano, se apareció con un aporte a la teoría marxista: hay dos tipos de socialismo, el de peluca y el de pelo. El primero viene impuesto, de arriba hacia abajo; mientras que el de pelo es auténtico, de abajo hacia arriba. Y, lógicamente, el teólogo brasileño opina que el de Cuba es de pelo.
No obstante, me llamaron más la atención las palabras de Ignacio Ramonet. Este periodista gallego, pero brotado de la cultura francesa, se quejó amargamente del poder de los grandes medios de difusión, los cuales, según su criterio, siempre brindan una visión positiva de la globalización neoliberal. Como antídoto a esa situación, Ramonet propone que las fuerzas de izquierda utilicen a internet como un quinto poder, que sirva para promover el pensamiento anticapitalista. El autor de Cien horas con Fidel explicó que los tres poderes clásicos, el ejecutivo, el legislativo y el judicial, no sirven para cumplir esa tarea, pues están al servicio del gran capital. El cuarto poder, el de la opinión pública, tampoco es suficiente, ya que la mayoría de las personas en los países capitalistas están aletargadas por la propaganda burguesa de los grandes medios, que califica a esa sociedad como el mejor de los mundos.
Claro, es una lástima que Ramonet no tomara conciencia del lugar desde dónde lanzó su propuesta. Porque aquí, en Cuba, no existe el poder legislativo, pues es imposible que un diputado legisle con libertad cuando en el mismo salón se acomode el Presidente del país y el resto de su gabinete. Tampoco tenemos poder judicial, ya que, en última instancia, es muy probable que el juez que debe de impartir justicia, porte en su bolsillo un carnet del único partido político permitido, y en consecuencia su fallo se vincule con los intereses del poder. Y qué decir de la opinión pública. En una sociedad donde el poder controla toda la información que llega a los ciudadanos, y después esas personas no cuentan con la posibilidad de expresar libremente sus criterios, es una falacia hablar de opinión pública.
Por tanto, los cubanos que desean oficiar como conciencia crítica de la sociedad, y para ello instrumentar hacia el interior de la isla algo parecido a lo que Ramonet pretende a escala internacional, es casi seguro que afronten una tarea más compleja en lo cualitativo, pero no así en lo numérico, pues solo deben enfrentar a un solo poder, el poder totalitario de los gobernantes cubanos.
Ya en 1748, en el libro El espíritu de las leyes, Charles de Montesquieu nos advirtió que mientras más separados y equilibrados estuviesen los poderes— o lo que es igual, mientras más poderes distintos haya— la garantía para el disfrute de los derechos y las libertades individuales será mayor. Por eso, y aunque el señor Ramonet nunca lo reconozca, no es difícil dilucidar en cuál de las sociedades la vida se torna más llevadera.