LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – Nadie sabe cuándo descubrió el gobierno cubano que a consecuencia de los exagerados requisitos legales que ha impuesto a lo largo de medio siglo para la construcción y reparación de viviendas, éstas sufren de un gran deterioro, a lo largo y ancho del país.
Hace unos meses se publicó en El Nuevo Herald una caricatura de Omar Santana, en la que aparece Fidel Castro asomado a una ventana, exclamando, al ver La Habana en ruinas:
-¡Lo dije! ¡Lo dije! ¡Esto es la guerra nuclear!
¿Será entonces que el gobierno descubrió ahora el estropeo y el desbarajuste de la mayor parte de las viviendas del país?
Víctor, un vecino de en Santa Fe, me contó que en los años cincuenta sus padres se ganaron una casa en los frecuentes sorteos que realizaban los fabricantes del famoso jabón Candado, de la empresa Crusellas.
Años después, ya en época de revolución, él y sus padres se vieron impedidos de darle mantenimiento a aquella pequeña y linda residencia. Víctor guarda las multas impuestas por los inspectores cada vez que intentaban repararla con un saco de cemento, arena y recebo comprados por la izquierda.
-Aquello era demasiado, decidimos no tener más líos y la permutamos.
Hoy, Víctor contempla, asombrado e incrédulo cómo, después de tantos años, el gobierno autoriza la construcción particular de casas y las reparaciones con esfuerzo propio.
-Demasiado tarde -dice-, tan tarde, que hasta tienen que dicta cursos por televisión sobre cómo hacerlo, porque con tantos años de prohibiciones nadie se acuerda de poner ladrillos. Parece que se trata de una burla o una crueldad, después que nos obligaron a dejar que las casas se nos cayeran encima.
Víctor lo ve todo color de hormiga. Los materiales de construcción deben adquirirse a precios inalcanzables en las tiendas recaudadoras de divisas, y pagarlos con una moneda que los trabajadores no reciben. Para comprarlos más baratos en moneda nacional, hay que acudir al mercado negro, que se abastece del robo a las empresas del gobierno, algo que representa un delito, como siempre.
-Estas medidas –dice Víctor- se parecen al cuento de La buena pipa. No hay quien lo entienda por lo absurdo que resulta.