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Decretaron que no fuéramos a misa

PUERTO PADRE,  Cuba, marzo (Alberto Méndez Castelló, 173.203.82.38 )  – Advertimos desde este sitio a mitad de mes: “Si como en otras ocasiones no somos conducidos a los calabozos”, refiriéndonos con aquella hipótesis a nuestra posible detención para impedirnos acudir a Santiago a escuchar a Benedicto XVI -no en la plaza vallada sino fuera de ella- y contarle a ustedes cómo escucharon las palabras del Papa los que no pudieron estar allí.

Les soy sincero, aunque teníamos algunas posibilidades de conseguir al menos dos palabras del Santo Padre para nuestros lectores, eso no era lo que más nos interesaba. A través de su Vicario, Jesucristo habla con todos por igual.

Otras escenas sí queríamos compartirlas solo con ustedes. Una particularmente.

Pasada la medianoche del sábado 17 de este mes nos encontramos en el parque Céspedes con dos ancianos menesterosos. Atrás habíamos dejado otros y en la madrugada encontraríamos más, incluso los de la Plaza de Marte eran muy interesantes, pero estos dos…. ¡eran imponentes!

A un lado el gobierno municipal, al otro la catedral. En el centro el parque Céspedes. ¿Imaginan el parque Céspedes una noche de sábado?

¿Ya lo ven…? ¿Sí?…Santiago de Cuba y su maravillosa gente, claro.

No los discrimino. Sé que ustedes están allí, entre jóvenes y viejos, sentados o caminando por ese parque donde jugaron cuando niños o simplemente se hospedaron en el hotel de al lado, o empinaron un trago en la barra de la esquina.

Pues,…entre tanta gente bien, o casi bien, esos dos pordioseros eran los campeones del parque. Un pito le importaban los dos policías patrullando la zona con un perro pastor alemán. Por entrepiernas se pasaban a los dos guardias con el perro mientras metían y sacaban cachivaches de sus sacos, como si aquel fuera su campamento y ellos estuvieran de picnic. ¡Ojalá yo tuviera ese valor!

Y por supuesto, por el valor de ellos pensé que a ustedes les hubiera gustado conocer de la visita del Papa a Santiago desde el punto de vista de estos dos ancianos. Así, nosotros tres, los dos viejos y yo íbamos a contarles cómo funciona la visita de un Papa cuando por los alrededores hay gente que no cree ni en Dios ni en sus madres.

Pero ya ven… decretaron que no fuéramos a misa. No sé qué hicieron con los dos pordioseros. A mí me metieron dentro de un calabozo 75 horas y quince minutos.

Nada nuevo hay en eso si no se aclara que la estación de policía que tenía la dictadura del general Batista aquí cabe más de 10 veces dentro del edificio policial que se hizo construir la dictadura del proletariado. ¡Ahí cabe tanta gente!…

Para impedir que fuéramos a misa con aquellos dos menesterosos que vimos en el parque Céspedes, y para impedir que se lo contáramos a ustedes, ellos no legislaron mucho. Sólo dijeron: “Usted está preso porque piensa alterar el orden”.

¡Y ya! ¡Al calabozo!

Dijimos en este mismo sitio que en Santiago de Cuba se preparaba una misa por decreto. ¿Acaso mentimos? ¿No fueron los censores quienes al encerrarnos durante más de tres días en un calabozo confirmaron nuestras palabras?

Cuando las revoluciones terminan en dictaduras preceden otras revoluciones. Ojalá este no sea el caso.

Aquella noche también fuimos al Callejón del Muro, donde mataron a Frank País.

Frank País creía en Dios. ¿Imaginan la felicidad de Frank con la visita de dos Papas a su Santiago?  Pero no había ni una sola flor allí donde lo mataron, sólo los huecos de las balas en la pared y dos pequeñas tarjas recordándonos que la violencia no lleva a ninguna parte.