Antes, con ganancias de un día comías bacalao. Hoy, salario mensual no alcanza para nada
Tales apéndices son vendidos generalmente en moneda dura, en las Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD), donde un rabo de res, de tamaño medio, vale lo que no gana un albañil trabajando todo un día para el Estado.
Y ni qué decir que al precio oficial -de poco más de dos pesos por litro-, un vaquero tendría que entregar al Estado más de sesenta litros de leche para comprar en una TRD un kilogramo de carne de vaca, que, a la tasa de cambio de pesos convertibles por moneda corriente, cuesta más de doscientos veinticinco pesos.
Acabo de conversar con el periodista José Luís Ramos, de Radio Martí, a propósito de la alarma epidemiológica existente aquí. Le decía que a mi juicio, más que todos los riesgos epidemiológicos posibles, preocupa la irresponsabilidad cívica con que el Estado nos obliga a vivir cada día, esa cuota de veinticuatro horas de incertidumbre, que hemos estado obligados a pagar durante más de cincuenta años continuos.
“24 horas en la vida de un guajiro cubano” es un reportaje de 1955, de la periodista Marta Rojas, referido por el periódico Granma, el pasado 6 de abril. Cuenta ella que aquel día de 1955, su entrevistado, el campesino Alfredo Vera, con esposa y seis hijos, ganó dos pesetas en las cinco primeras horas de trabajo. Con eso compró media botella de creolina para curar a su caballo de garrapatas, un jabón, una latica de aliño para la comida, (la Sra. Rojas le llama sancocho) café, azúcar, especias, sal, un pedazo de bacalao y unas galletas.
Convengamos que dos pesetas de 1955, en Cuba y en buena parte del mundo, tenían el poder adquisitivo que hoy no tienen dos dólares. Pero no se trata de eso. El hecho incuestionable es que al campesino le bastaron cinco horas de trabajo para adquirir alimentos y aseo para ocho personas, y además medicina para curar a su caballo. Actualmente, en Cuba el bacalao es una comida para elegidos y no para campesinos. No se trata de añoranzas ni de sublimar un pasado de por sí perfectible. Pero media botella de un buen insecticida sistémico para librar de plagas a un animal, bien puede costar mil pesos, poco más de dos salarios mensuales, según el promedio nacional.
En un momento triste de nuestra historia, José Martí recordó al general Máximo Gómez aquella gran diferencia entre un país y un campamento militar. Más que en un cuartel, Cuba fue transformada en un campo de trabajos forzados, y sabido es que, a la fuerza, ni los bueyes producen. A quienes un día bastó el trabajo de algunas horas para alimentarse con bacalao importado de Terranova, hoy no les alcanza ni para el rabo de las vacas cubanas. Y no es que así está Cuba: es que por acción u omisión esto hicimos de Cuba los cubanos.
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