LA HABANA, Cuba, noviembre (173.203.82.38) – A pesar de su avanzada edad, Raúl Castro ha demostrado que es un político astuto. Con el levantamiento de algunas prohibiciones ha entonado una melodía agradable para adormecer a los cubanos idealistas y a los gobiernos occidentales opuestos a la dictadura.
El régimen muestra atisbos de reformas, pero los comentarios callejeros denotan la inquietud del pueblo, ya que la compraventa de casas y automóviles -algo tan común en cualquier parte del mundo, que nunca debió haberse prohibido – además de llegar con 50 años de retraso, arrastra un inventario de regulaciones, cuya trabazón burocrática servirá sin dudas como combustible a la corrupción.
Muchos comentan que los apremiantes problemas económicos nunca se resolverán mientras exista el castrismo y que la erradicación de algunas prohibiciones son sólo medidas cosméticas para paliar la agobiante crisis y, a la vez, ganar tiempo para organizar la sucesión y traspasar el poder familiar a los herederos, la nueva generación de los Castro.
Algunos otorgan mayor importancia a la cruzada anti corrupción que, bajo el eslogan “orden y disciplina”, fue anunciada recientemente por el mandatario. Consideran que la corrupción se ha manifestado como un fenómeno endémico inherente a todos los regímenes socialistas, y en Cuba se revela como un flagelo que ha permanecido intocable durante 52 años; y opinan que las últimas redadas acontecidas tras el escándalo de las firmas extranjeras acreditadas en la isla, tienen el supra objetivo de dar relevancia y colocar en primer plano la imagen del coronel Alejandro Castro Espín, hijo del actual dictador y segundo en la lucha anti corrupción, a quien muchos ven como el posible elegido para ascender al trono familiar.
Un jerarca del gobierno “sin rostro y sin nombre”, cuyo hijo cayó en desgracia tras la batahola de las firmas extranjeras, comentó a un amigo que los jefes le están dando la espalda, y desde entonces los únicos que lo escuchan y se solidarizan con él son “los de abajo”.
Raúl Castro encabeza la lista de los conspiradores y está consciente de que le queda poco tiempo como cabeza del sistema; pero se muestra decidido a seguir disfrutando de las bondades de la infraestructura creada y pasar el cetro a sus herederos.
Sabe, además, que las reformas aplicadas no beneficiaran a las mayorías; y que su gobierno ha perdido ya toda la credibilidad entre la población, porque no ha cumplido las promesas que en un momento esperanzaron a los cubanos. De ahí que le apremie posicionar a un heredero capaz de garantizar la continuidad de la familia en el poder y mantener a flote el régimen, para el disfrute de sus nietos.