LA HABANA, Cuba, noviembre, www.cubanet.org -Laura es una cubana que vive en España hace más de veinte años. Habla como una española. Viste como una española. Tiene esposo, hijos y nietos españoles. Pero a pesar del tiempo transcurrido y de la distancia, aún me considera –así me dice- su mejor amiga de Cuba.
Un poco menos vieja que yo, pero ancianas las dos, ayer planificamos un viaje a La Habana.
-Como en los viejos tiempos- me dijo.
-Como en los viejos tiempos –respondí.
Porque aquellos tiempos aún están en la memoria, forman parte de nuestra realidad y la aventura de visitar La Habana, esa querida ciudad nuestra que continúa luchando por sobrevivir, pese al abandono y el olvido de medio siglo socialista, es algo que debo contarles.
Tomamos un ¨almendrón¨ o auto viejo norteamericano convertido en taxi, en la avenida Séptima de Santa Fe, poblado costero de La Habana y le pedimos al chofer que nos dejara en las calles Galiano y Zanja, en el mismo viejo corazón de la capital cubana.
El espectáculo que presenciamos podía impresionar a cualquiera. En esas calles está el parque El Curita. Así le llaman en homenaje a Sergio González, hoy calificado como ¨pilar fundamental del Movimiento 26 de Julio¨ y quien por sus múltiples actos terroristas, fue muerto a tiros en marzo de 1958 por la policía de Batista.
En el parque y por sus alrededores y en horas laborales, podían contarse varios cientos de jóvenes de ambos sexos, de pie o sentados en muros y apoyados en autos, esa manera peculiar de perder el tiempo o algo peor: tratando de pescar pesos cubanos: una verdadera muchedumbre que decía a las claras la falta de trabajo que sufre nuestra sociedad.
¿Qué venden? –pregunté a un viejito vagabundo que nos extendió la mano, pidiéndonos ayuda monetaria.
-Cualquier cosa, señoras –nos dijo-: sexo, drogas, una joya. Lo que usted necesite. Pero tengan cuidado. Si hacen trato con alguno de ellos, se pierden en un santiamén ante los ojos de cualquiera por las misteriosas escaleras de este barrio.
Entramos a un antiguo restaurant familiar que en años anteriores yo había visitado, en la calle Águila y Dragones, una pequeña vivienda interior, sin luz natural ni oxígeno, pero donde servían, por sólo 30 pesos cubanos, un poco más de un dólar, una magnífica comida criolla compuesta de frijoles negros, carne de cerdo bien asada, arroz blanco y un postre típico.
A mi amiga Laura le pareció espantoso el lugar y nos marchamos.
-Disfrutaremos de una buena comida española –me dijo.
Y una bici-taxi nos llevó por el célebre Prado, mientras su chofer nos comentaba que en el fondo de todos aquellos amplios portales, al parecer en buen estado, había tantos solares inhabitables como en cualquier barrio marginal de la ciudad y que el agua escaseaba tanto que muchos se bañaban en las aguas sucias del Malecón, pese al peligro que esto representaba.
En Malecón, entre Genio y Crespo, se detuvo el chofer y entramos al restaurante de la Sociedad Asturiana Castropol, fundada en Cuba en 1929.
Tenía razón mi vieja amiga. Una buena comida se disfruta mejor en un lugar cómodo y agradable. Allí nos deleitamos con unos deliciosos churros de garbanzos, que les recomiendo a mis lectores de CubaNet.