LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -Leer “Pagar para ver” (Latin Heritage Foundation, 2012) es como escuchar a Frank Correa. Se siente, además de su acento cantarín, guantanamero de pura cepa, hasta su mano que se posa en tu hombro para reforzar una sentencia. Al menos es lo que nos pasa a sus amigos, que además de alegrarnos porque al fin haya podido publicar su novela, nos asombramos, una vez más, de cuanto se parece el autor a su escritura.
En realidad, el asombro no es tanto. Algunos delirantes episodios de la novela –el mago que quería le trajeran un muerto para resucitarlo; la casa de los mil colores, los escritores y el mará, en la Loma del Chivo, allá en Guantánamo; la argentina que había matado a un general, la rotura del collar de semillas de la chivatona de la UNEAC; los relatos de pescadores, merolicos y borrachitos de Jaimanitas; la batalla que estalló en Yateras, durante la fiesta para festejar el cumplimiento de la meta en la producción cafetalera, cuando luego de que ligaran el alcohol con hojas y raíz de clarín, la orquesta Los Rítmicos de Palma rompió a tocar “con el agua que cayó, la fiesta se revolvió”- ya los habíamos leído en cuentos o crónicas o se los habíamos escuchado, en un parque del Vedado o en su casa, con la bulla de sus hijos, el rumor de las olas y los ladridos del perro -¿Drinky?- de fondo.
No hay dudas acerca de que Frank Correa es un narrador nato. Echa mano de la intertextualidad como tomarse un vaso de agua, pero no le hablen de postmodernismo, de deconstrucción de relatos ni de las nuevas tendencias en la literatura contemporánea, porque lo más probable es que se eche a reír y les hable de Hemingway, si es que habla de algún escritor.
¿Qué “Pagar para ver” se parece a otras novelas del Periodo Especial? Es posible. Hace unos años comentaba la escritora Laidy Fernández de Juan que era como si hubiese una competencia por ver “quien la pasó peor, quién sufrió más, quién fue más maltratado, quién vivía en peores condiciones”. En todo caso, si la hay, es una competencia indeseada. Seguro que preferiríamos no tener tales vivencias. Si pudiéramos, las olvidaríamos. Pero no podemos.
No se me ocurre un modo diferente de escribir sobre los últimos 30 años en Cuba, que es lo que hace Frank Correa en “Pagar para ver”. Es más eso que simplemente el bildungroman de un escritor “palestino” que trata de abrirse paso en La Habana en el peor momento posible. La novela, para ser auténtica y no mero pastiche, no podía ser diferente. Y créanme, también con libros engavetados, sé perfectamente de qué hablo. Por eso me place tanto escuchar a Frank. Y mejor aún, poder leerlo. Aunque sea casi lo mismo.