PUERTO PADRE, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 – La Declaración Universal de los Derechos Humanos acaba de cumplir 64 años, pero todavía, para los cubanos, es como si los derechos fundamentales no existieran.
Al aprobarla, el 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas recomendó a los estados miembros que fuese “divulgada, expuesta, leída y comentada principalmente en las escuelas y demás establecimientos de enseñanza, sin distinción basada en la situación política de los países o los territorios”.
Aún así, en Cuba, el texto de la Declaración es desconocido para la mayoría de la población y visto como subversivo por las autoridades.
“No, nunca lo he leído”, fue la respuesta que me dio un profesor con más de 40 años en la docencia, cuando le pregunté si conocía los derechos universales. “No, nunca lo he visto”, me respondió una estudiante que se prepara este año para ingresar en la universidad, cuando le pregunté si en alguna ocasión había visto el texto de la Declaración. Estas respuestas no deberían sorprendernos.
Al ser arrestado, el 25 de julio de 2010, en Santa Clara, llevaba en mi mochila los más dispares objetos que usted pueda imaginar, pero, entre todos ellos, solo un manoseado ejemplar de la Declaración Universal de los Derechos Humanos interesó al capitán de la policía política Lester González Hernández, quien, de inmediato, procedió a incautarlo.
La actuación del policía González obedece a patrones de conducta muy arraigados en Cuba.
Sin embargo, el artículo 30 de los derechos universales expresa que nada confiere derecho alguno al Estado, o a un grupo, para emprender o realizar actos pendientes a la supresión de cualquiera de los derechos proclamados en la Declaración. En su artículo 19, se expresa el derecho de todo individuo a la libertad de opinión y de expresión, incluyendo el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas sin limitación de fronteras por cualquier medio de expresión.
La tristísima ley 88, o Mordaza, y el artículo 53 de la Constitución de la República de Cuba, tajantemente prohíben a los cubanos expresarse con entera libertad sin correr el peligro de ir a la cárcel.
A esta ciudad llegan personas desde los más lejanos confines del mundo, que desde aquí pueden comunicarse con el mundo desde el centro de telecomunicaciones donde pueden accede a Internet. Pero eso mismo no podemos hacerlo los que aquí vivimos, porque en Cuba, y particularmente en mi pueblo, el mundo del ciberespacio solo es para extranjeros. En mi pueblo yo no puedo sentarme donde dice Internet. Esto solo es una muestra insignificante del apartheid en que vivimos.
Con todo, me gustaría conocer cómo actuaría un canadiense, un alemán, un francés, o cualquier ciudadano del mundo, de esos que vienen y elogian las maravillas de Cuba, si, de regreso a su país, le prohíben todo lo que nos niegan en esta isla a quienes pensamos con nuestras propias cabezas. En mi caso, además de comunicarme por Internet, como a todos los demás, expresamente me han prohibido cultivar la tierra, ir de caza, de pesca y escribir.
Me gustaría saber cómo reaccionarían esos extranjeros que apoyan al régimen cubano y van por el mundo hablando de sus bondades, si tuvieran que vivir como nosotros. Me gustaría saber si sentirían, como yo, esa sensación de animales de granja que se experimente cuando a uno lo reducen a la condición de No Persona, al negarle hasta los derechos más primarios. Me gustaría saber si les parecería bueno para ellos lo que les parece tan bueno para nosotros.